martes, 7 de febrero de 2012

Las hermanas que cultivaron la memoria

Ethel Cambiasso, locuaz y memoriosa tras el procesamiento de 9 represores.

Junto a Gladys pelearon desde 1983 para que se esclareciera el asesinato de su hermano Osvaldo y de Eduardo Pereyra Rossi. Disconforme por la falta de mérito para Chuli Rodríguez y el Gato Andrada, reconoce que empieza a hacerse justicia.
 
Ethel Cambiasso recordó la militancia de su hermano y las circunstancias de su secuestro en 1983.
 
Por Luis Bastús

El procesamiento dictado la semana pasada contra nueve represores --"Reynaldo Bignone y Luis Patti, entre ellos"-- por el secuestro, torturas y homicidio de Eduardo Pereyra Rossi y Osvaldo Cambiaso significa para quien lleva casi 29 años de espera algo de satisfacción, una tímida sensación de justicia que recién llega, aunque incompleta, porque hay dos que zafaron de ser enjuiciados: Víctor Hugo el Chuli Rodríguez y Edgardo el Gato Andrada, beneficiados por falta de mérito. Esa mezcla de pensamientos bulle en Ethel Cambiaso, la hermana menor del cuadro montonero cuyo cadáver apareció fusilado el 14 de mayo de 1983 en un camino rural de Zárate, Buenos Aires. Luego de conocer la resolución del juez Carlos Villafuerte Ruzo, ella atendió a Rosario/12 en su casa, locuaz y memoriosa, pero con la calma de quien tuvo que digerir el dolor más grande de su vida y saber convivir con ello. Y desde ese lugar hilvanó su sentimiento y repasó la vida de su hermano, el pibe venido del campo, el ingeniero que no ejerció, el militante.

"Al comienzo teníamos con mi hermana Gladys una desesperación tremenda por hacer justicia, y me di cuenta que no podíamos hacer nada. Nadie quiso salir de testigo y tenían sus razones. La patota baleó las cubiertas y el auto al abogado que nos habían puesto al principio, (Víctor) Corvalán, y le amenazaron la familia. Pasó mucho tiempo sin ninguna novedad y así pudieron cerrar la causa con esa mentira de que habían muerto en un tiroteo. Esto se empezó a mover recién cuando subió (Néstor) Kirchner como presidente, cuando se anularon las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Ahí se pudo reabrir la causa. De todos modos, fue el último caso de la dictadura pero el que más trabajo le dio a Ana Oberlin (su abogada) para destrabarlo", cuenta.

"Nosotros éramos de Soldini. Mi padre fue agricultor toda su vida, así que vivíamos en el campo, pero nos mandaron a la escuela a Rosario: mi hermana y yo a Misericordia, y Osvaldo al Cristo Rey. Ya entonces él tenía una actitud política definida, no coincidía con las posturas de ciertos profesores y se ponía muy mal. Cuando terminó, consiguió una beca y se fue a estudiar Ingeniería Química en Santa Fe. Ahí empezó su carrera de militancia, y se conoció con todos, Raúl Yager, Fernando Vaca Narvaja, René Oberlin. Y Osvaldo primero trabajaba en el comedor universitario, sacaba fotos artísticas y de casamiento, y estudiaba a la par de la militancia. Cuando se recibió tuvo su primera entrada en la cárcel con la dictadura de Lanusse, y salió por la amnistía que dio Cámpora. Siguió militando, y llevaba una vida blanqueada, pero después pasó a la clandestinidad, algo discutible, pero era muy perseguido y la Triple A ya sembraba el terror", recordó Ethel.

Cambiaso compartió la Nochebuena del '75 con su familia en Soldini. Y partió sin decir adónde. Nunca lo hacía. Volcó el auto antes de llegar a Villa Ocampo, en el norte provincial, y quedó moribundo. El hallazgo de varios documentos de identidad con su foto dentro del coche atrajo a policías y militares que llegaron de Santa Fe y lo arrancaron del hospital local para confinarlo en la cárcel de Coronda. Un preso viejo se apiadó y lo cuidó como pudo. Cambiaso sobrevivió. Era hipertenso y tenía un soplo cardíaco. Y atravesó la dictadura militar como preso político en varios penales del país, Rawson incluso. "Hubo largos períodos sin que pudiéramos verlo -evocó su hermana- y no le daban los remedios que debía tomar. Estaba muy desmejorado cuando salió, tenía 42 años pero parecía de 60, por eso le decían El Viejo. Nuestra perito de parte en la segunda autopsia luego me dijo que Osvaldo no iba a morir anciano".

Las Cambiaso movieron cielo y tierra para conseguir la libertad de su hermano. Y lo consiguieron en 1982, luego de apelar en Roma a Amnesty Internacional. Osvaldo regresó a la militancia y se instaló en Pérez, junto a sus padres. Consiguió trabajo en un taller de fotomecánica que estaba en Paraguay y San Lorenzo y pudo rehacerse.

Su hermana lamenta que Cambiaso "no haya tenido tiempo de tener una compañera, hijos, porque se había casado con la militancia". La derrota en Malvinas aceleraba el final de la dictadura y Cambiaso se abocó de lleno a preparar la campaña de las elecciones del año siguiente. Abrió una unidad básica en Urquiza al 1200. Se llamaba "Movilización e intransigencia peronista".

En ese ir y venir entre Pérez y Rosario con el Fiat 1500 de su padre, Osvaldo notó que lo vigilaban, y eso sí lo contó a su familia. El 30 de abril de 1983 un grupo de tareas asesinó al comandante montonero Raúl Yager, y Cambiaso presintió que ahora irían por él. "Me voy a tener que guardar por un tiempo", comentó. No le dieron tiempo. Cuando Ethel fue a retirar el cuerpo a San Nicolás, le dieron el certificado de la tramitación del pasaporte que Osvaldo llevaba en un bolsillo.

El resto es historia conocida: la violenta irrupción de la patota al mando del coronel Pascual Guerrieri en el bar Magnum, de Córdoba y Ovidio Lagos, Cambiaso desmayado de un culatazo y arrastrado hasta un furgón, Pereyra Rossi que no alcanza a cortarse las venas, la tortura y la entrega al subcomisario Patti, que los fusila en un camino rural cerca de la localidad de Lima, junto a sus suboficiales Rodolfo Diéguez y Juan Spataro, y fragua un enfrentamiento armado que los jueces fingieron creer hasta 2005, cuando el fiscal Juan Murray logró obligar a Villafuerte Ruzo a reabrir la investigación y anular los sobreseimientos.

Hoy Ethel Cambiaso revive la tragedia: "Teníamos el mal presagio porque desapareció con auto y todo. Cuatro días después, se había organizado una marcha desde la plaza 25 de Mayo hasta la San Martín. Cantaban 'con vida los llevaron, con vida los queremos; Cambiaso querido, no habrá perdón ni olvido'. Entonces apareció por televisión el rostro de mi hermano y la noticia que decía que dos delincuentes subversivos habían sido abatidos en un enfrentamiento. Yo quise entrar durante la autopsia, porque si no lo veía muerto no lo podía creer. Estaba destruido, le reconocí las manos y una vieja cicatriz en la garganta".

Ethel le reprocha a Osvaldo haber bajado la guardia al creer que en vísperas de democracia el aparato represivo había dejado de funcionar. "No se tenían que encontrar en ese bar, sino en otro lado que nadie supo. Y nadie sabe por qué se encontraron en ese lugar. O los mandaron equivocados o los delataron, pero también se dijo que un allegado a mi hermano que iba a la casa peronista de calle Urquiza era de los servicios de Inteligencia y que ese lo traicionó", reveló.

Tanto ella como Gladys, la mayor de los tres, hicieron visible su tragedia y la convirtieron en testimonio a lo largo de estos años de impunidad. "Al comienzo la gente a mi alrededor tenía mucho temor, decía «no me contés, no me contés, no quiero saber nada», pero después ya no. Hasta hubo quienes me han dicho «ay, qué arrepentida estoy de haber pensado como pensaba, ahora que se sabe cómo ocurrió esto». No los juzgo, así es como sembraron el terror".

"Yo sufrí mucho con la muerte de mi hermano, porque era muy pegada a él. Soy un año y dos meses menor. Sufrí mucho, pero el tiempo va restañando heridas. Ahora tengo satisfacción de que se hace justicia. Spataro se quería escapar y ahora parece que lo atraparon. Esperemos que realmente se haga justicia. Patti, aunque por otra causa, ya está preso y condenado a prisión perpetua. Ojalá que todos terminen como deben terminar: bien presos", concluyó