miércoles, 22 de diciembre de 2010

Piden perpetua para Luis Patti por sus crímenes durante la dictadura

Un agente de la inteligencia militar

La fiscalía de San Martín consideró que en el juicio contra el ex subcomisario quedó acreditada su relación con el Servicio de Inteligencia del Ejército. Los fiscales también solicitaron la aplicación de la máxima pena para el resto de los acusados.
Por Alejandra Dandan

La fiscalía oral de San Martín dio por acreditado el vínculo entre Luis Abelardo Patti y el Servicio de Inteligencia del Ejército Argentino. Pese a no establecer aún si la relación fue orgánica o inorgánica, los fiscales incorporaron el dato a los alegatos que concluyeron ayer en el marco del juicio que se le sigue por la autoría material del homicidio calificado de Gastón Gonçalves, nueve privaciones ilegales de la libertad y seis tormentos agravados, porque las víctimas eran perseguidos políticos. Luego de dos jornadas de lecturas, pidieron para el ex subcomisario la pena de prisión perpetua. El equipo de fiscales integrado por Juan Murray, Marcelo García Berro y Augusto de Luca pidió además la pena máxima para el resto de los acusados: los generales Omar Riveros y Reynaldo Bignone; el torturador de Campo de Mayo Martín “El Toro” Rodríguez y el ex jefe de la comisaría de Escobar Fernando Meneghini, el único con asistencia perfecta a los debates y quien hasta ahora intentó demostrar que a partir del golpe quedó casi privado de su libertad, en medio de una comisaría ocupada por el Ejército. Las audiencias entran ahora en un cuarto intermedio hasta febrero, ocasión en la que las querellas continuarán con los alegatos.

Como cada vez, Meneghini se sentó solo en las sillas destinadas a los acusados en el escenario del lavado auditorio municipal de José León Suárez. Como sucede habitualmente, Patti no estuvo. Hacia el final de la audiencia, el Tribunal leyó una resolución de un médico del Servicio Penitenciario Federal según la cual el ex intendente no pudo presentarse por problemas de presión. Enseguida, con ese énfasis que suele darle a las cosas cuando la sobresaltan, la presidenta del Tribunal Oral Federal 1 de San Martín ordenó que se giraran todas las resoluciones al jefe del Servicio Penitenciario. Lucila Larrandart decidió abrir una instancia de análisis para sancionar administrativa o penalmente a Patti por las repetidas inasistencias a la sala. El público aplaudió.

En tanto, la fiscalía terminaba la segunda y última jornada de alegatos: consideró a todos culpables por homicidio agravado en grado de autor o partícipe necesario, cargo que habilitó el pedido colectivo de prisión perpetua. Por el asesinato de Gastón Gonçalves acusaron a Riveros, Patti y Meneghini; por el homicidio del ex diputado Diego Muniz Barreto a Riveros, Bignone y Rodríguez.

La acusación mantuvo a grandes rasgos el mismo pedido de condenas con el que se inició el debate, pero con pruebas consolidadas por declaraciones clave y valientes de muchas de las víctimas y por el aporte de documentos. Uno de los casos más sólidos fue el del propio Patti: el nombre que vincula todos los casos de la causa con la actividad desplegada por la Inteligencia de Campo de Mayo, según describieron los fiscales. “Es la intervención de este individuo la que vincula los casos de esta causa con la actividad de Inteligencia desplegada desde de Campo de Mayo, y ello demuestra que los hechos no fueron producto de la pasión del momento, del fragor de una lucha, ni del arrebato de un descontrolado policía que quería quedar bien con quienes ostentaban el poder, sino el resultado de un estudio paciente y premeditado, del trabajo de inteligencia política”.

Inteligencia

Los fiscales relevaron pruebas para poder explicar no sólo quién era Patti en la zona, sino por qué, con el cargo que tenía, podía estar detrás de los operativos. Uno de los datos fue un volante de enero de 1975 de la Juventud Peronista que terminó archivado en la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dipba). “Pueblo de Escobar –decía–, denunciamos bárbaros atropellos a la dignidad humana en la persona de cuatro personas detenidas que están siendo objeto, desde que está el patrullero en la puerta (más de tres semanas), de terribles e incalificables actos de tortura, en la cámara del terror ubicada en los sótanos de la Comisaría local. Las mismas van desde la agresión física hasta la utilización de la modernizada picana eléctrica. Los siniestros personajes que llevan a cabo estos bestiales hechos son el Comisario de Policía local, los oficiales ‘especializados’ Santos y Patti, el suboficial García y otros.”

El dato, incorporado por la declaración de peritos de la Dipba, precedió al momento en el que mencionaron la relación con Inteligencia: “Ha quedado plenamente acreditada la vinculación de Luis Abelardo Patti con el Servicio de Inteligencia del Ejército Argentino, aunque no hayamos podido establecer si esa vinculación era orgánica o inorgánica”. Sería imposible, agregaron, “que un oficial subinspector de la Policía de la Provincia de Buenos Aires hubiera tenido la actuación que tuvo dentro de la estructura represiva sin contar con una posición determinada en el área de Inteligencia”.

Las declaraciones de dos testigos lo situaron comandando efectivos del Ejército Argentino. Entre ellos, Elena Gómez, nacida en Baigorrita, el mismo lugar de donde es Patti y quien lo identificó como el hombre que en septiembre de 1976, cuando ella vivía en La Plata, comandó al grupo de tareas que entró a su casa. Dijo que el jefe del grupo tenía el pelo un poco largo y ojos azules y que ella se dijo: “A vos te conozco”. Entendió que lo conocía de Baigorrita años más tarde, cuando lo vio como candidato por la televisión.

Los fiscales apoyaron esa relación en otros antecedentes, como el caso de Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi. En esa causa, explicaron, Patti resulta autor material de los disparos de arma de fuego que ocasionaron la muerte de los dos militantes peronistas. “Su participación está demostrada con independencia de si en el proceso correspondiente será o no declarado culpable.” E indicaron que “ambas víctimas fueron secuestradas y torturadas en la ciudad de Rosario el 14 de mayo de 1983 por personal de Inteligencia de Ejército y que fueron entregados a Patti en la localidad de Lima, Zárate, para que los ejecutara en la misma tarde de ese día”. En esa “Operación Especial de Inteligencia” destinada a ahogar el “rebrote subversivo” en el proceso de recuperación de la democracia “tuvo un rol protagónico el Servicio de Inteligencia de Ejército (SIE) y dentro de él Luis Abelardo Patti

viernes, 10 de diciembre de 2010

Vuelos y torturas

El testimonio de Víctor Ibañez 
por Alejandra Dandan

“Una vez me ordenaron llevar a unas personas al batallón de aviación del Ejército. Cumplo la orden, los llevo, ellos se identifican como aviadores o de la Fuerza Aérea y los llevo hasta la punta de la pista, donde reconozco que bajan de un jeep al teniente coronel Guerrieri y el general Bignone, entre otros; parecía que se conocían de mucho tiempo. Ahí estaban subiendo personas al avión, encapuchadas, y alcancé a ver cómo los estaban inyectando en las piernas.”

Víctor Armando Ibáñez declaró como testigo en el juicio a Luis Abelardo Patti y Reynaldo Bignone, entre otros. Ibáñez, que ahora tiene 60 años, es un militar que fue cabo primero en Campo de Mayo y hace años publicó una biografía con sus relatos y los de otros compañeros testigos de lo que sucedió en el interior del centro clandestino de la guarnición durante la última dictadura. Su testimonio ingresó en la última etapa de testigos. En la audiencia confirmó las descripciones más brutales sobre el capitán Martín Rodríguez, alias El Toro, uno de los torturadores del campo y ahora imputado en la causa. Y reveló detalles del momento en el que uno de sus compañeros se levantó a las tres de la mañana por orden de un superior a sacar del campo y entregar al ex diputado Diego Muniz Barreto.

Las sucesivas declaraciones de Ibáñez permitieron identificar en los últimos años a varios represores. Ibáñez hizo tándem con un compañero de apellido Roldán al que le decían Trapito. Como siempre andaban juntos, a él terminaron diciéndole Petete. Los sobrenombres eran una de las formas de invisibilización adentro del campo, la razón por la que hoy él todavía no puede saber cuáles son otros nombres.

“Roldán era mi compinche, éramos como hermanos, siempre andábamos juntos, nunca nos separábamos.” Roldán también conducía y operaba la radio. Un día del que no se acuerda ni fecha ni año, alguien le ordenó a Roldán llevarse a uno de los detenidos. Tenía que estar a las tres de la mañana en el parque Automotor del Departamento de Inteligencia: “En realidad –dijo–, yo era el conductor, y yo estaba de turno, o sea que esa misión era para mí, pero Trapito también era conductor, y cuando el oficial de servicio nos despierta, Trapito va porque quería traer el mate cocido a la madrugada y se iba a quedar en el cuartel y no iba a volver al Campo”.

Así es que esa madrugada, el oficial de servicio despertó a Trapito, le entregó al detenido y a un tal Puma, un gendarme nombrado por varios testigos pero que aún no está identificado. Los tres se subieron a un jeep, y Trapito cargó además los tachos para mate cocido. A la hora acordada llegó al lugar donde le dijeron. “Le abre el portón corredizo, y ahí alcanzó a reconocer al Capitán (Rafael Félix) López Fader, se cierra el portón y deja las luces del jeep encendidas: ahí entrega a esa persona con el gendarme, eso me lo narró a mí.”

A Trapito le ordenaron no moverse. Con la luz del jeep vio que vendaban la mano del señor detenido, le pusieron algodones y no sabe si lo ataron con un hilo o una cadena. En la penumbra observó todo: “Cuando regresó me dijo que le ordenaron volver, habrá regresado cuarenta minutos más tarde, vino mal y me cuenta que no alcanzó a ver a las demás personas; bueno, me comenta eso, hablamos de todo un poco hasta que nos quedamos dormidos de nuevo”.

Entre los lugares por donde se movían había una sala de situación. Y sobre alguno de los sectores, uno gráfico con nombres de personas. Días más tarde, encontraron ahí un recorte de diario con la noticia del fraguado accidente de Diego Muniz Barreto. Trapito lo reconoció: le dijo a Ibáñez que ése era el muchacho del traslado. “Bueno, y después ahí escucha los comentarios de los otros, de López Fader y relacionó todo: era un muchacho muy vivo.”

Ibáñez habló además de ese episodio en la pista de aviones de Campo de Mayo, que ya había declarado en otra causa. Ahí nombró a Bignone, pero además a Pascual Guerrieri, un teniente coronel que primero estuvo en Campo de Mayo y después como segundo jefe del Destacamento de Inteligencia 121 de Rosario, donde fue juzgado y recibió condena a perpetua. Estuvo en la SIDE hasta el 2000, cuando se decidió echar de la Secretaría de Inteligencia al personal más comprometido con la represión ilegal.

Después de las preguntas de las querellas, Ibáñez fue blanco de un ping pong de preguntas punzantes. El defensor oficial Juan Carlos Tripaldi preguntó alguna vez por los “guerrilleros” y aunque no usó ni la palabra subversivos ni la palabra terroristas, como alguna otra defensora oficial en otro juicio, el tono quedó flotando. Más adelante hizo otra pregunta en sentido un poco más peligroso: le preguntó a Ibáñez por el testimonio de un ex prisionero, pero no lo nombró como una víctima, sino que preguntó si era “colaboracionista”. A esa altura, la querella lo paró. Lo mismo pidió la fiscalía. Y el Tribunal, rápidamente lo frenó.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Ratifican que ya Rodolfo Walsh había denunciado el crimen oculto de un ex diputado

La periodista Lila Pastoriza ratificó que un cable de la agencia clandestina de noticias -fundada por el asesinado escritor Rodolfo Walsh en la última dictadura- dio cuenta del secuestro y crimen del ex diputado nacional Diego Muñiz Barreto en momentos en que la versión oficial hablaba de su muerte en un accidente de tránsito en Entre Ríos.

Por Karina Poritzker

Pastoriza dejó en claro así que apenas ocurrido el hecho ya se sabía la verdad sobre la detención ilegal de Muñiz Barreto y su entonces secretario Juan José Fernández, en una carnicería de Escobar, en febrero de 1977, hecho por el que es juzgado el ex subcomisario de esa localidad del norte bonaerense Luis Abelardo Patti.

La periodista integraba junto a un puñado de colegas la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) fundada por Walsh para dar información sobre violaciones a los derechos humanos imposible de publicar en los medios periodísticos de la época.

La testigo y sobreviviente del centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA dio su testimonio hoy el juicio que el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín sigue a Patti, al ex dictador Reynaldo Bignone, al ex general Santiago Omar Riveros y al ex comisario de Escobar Juan Fernando Meneghini.

Bignone, de 82 años, no asistió a la audiencia en el auditorio Hugo del Carril de la localidad bonaerense de José León Suárez ya que según un parte médico fue derivado de la cárcel al Hospital Militar Central para estudios médicos al sufrir un cuadro de deshidratación y problemas gastrointestinales.

Otra testigo programada para hoy, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo Chicha Mariani no asistió al debate por sufrir un problema cardíaco, según se informó al tribunal.

"Hubo un cable de ANCLA a principios del 77, se sabía del secuestro de Muñiz Barreto y su secretario, había salido la noticia en el Herald y se decía después que había muerto en un accidente. Entonces salió el cable que decía que había sido asesinado después de su secuestro por la policía de Escobar", recordó Pastoriza.

El cable de ANCLA, exhibido en la audiencia, titulaba "Alevoso asesinato de Diego Muñiz Barreto" y estaba fechado el 15 de marzo de 1977, poco después del hallazgo de su cuerpo, el 7 de ese mes, dentro de su auto hundido en un río entrerriano y de presentarse lo ocurrido como un accidente de tránsito protagonizado por su entonces secretario Juan José Fernández, quien había podido salvarse.

"La información la trajo Walsh, se que llegó vía Rodolfo", agregó Pastoriza, quien leyó el cable ante los jueces y lo ratificó en todos sus términos.

En el texto se decía que Muñiz Barreto había sido "torturado brutalmente" en zona del Primer Cuerpo del Ejército luego de ser entregado por la Policía Bonaerense, hechos que ahora se dan casi por probados en la acusación fiscal.

Por esa época Walsh "ya no vivía en Capital, no estaba al frente de la agencia, lo vi dos o tres veces ese año y una semana antes de que lo mataran", recordó sobre el encuentro que tuvo con el autor de "Carta abierta a la Junta Militar" en un bar.

En ese encuentro "estuvimos leyendo y repasando el borrador de la carta, estaba muy contento, me dijo radiante `he vuelto a escribir`. Esa fue la última vez que lo vi".

En junio de 1977 Pastoriza fue secuestrada y llevada al centro clandestino de detención de la Escuela de Mecánica de la Armada, lugar donde "vio en una carpeta todos los cables de la agencia y la carta de Rodolfo Walsh que era absolutamente conocida para ellos".

ANCLA fue fundada por Walsh "y se proponía romper el cerco informativo de la dictadura, despachaba cables con noticias aportadas por muchos, muchos periodistas que no podían darlas a conocer en sus medios por la censura brutal".

"La información circulaba en tribunales, estudios jurídicos, redacciones y Walsh era obsesivo con que la información fuera cierta y veraz", agregó.

"A principios del 77 la represión era muy fuerte, habían secuestrado a Eduardo Suárez, que trabajaba en el Cronista Comercial y en ANCLA y a su esposa. Éramos cuatro o cinco y comenzamos a trabajar desde distintos lugares", recordó.

Otro testigo, el escritor y periodista Vicente Zito Lema ratificó en un largo y conmovedor testimonio el relato que hizo el ex secretario de Muñiz Barreto en España, tras escapar del automóvil hundido en Entre Ríos y exiliarse en ese país.

Al igual que el secretario de Derechos Humanos de la Nación, quien declaró el lunes, Zito Lema estaba exiliado en España e integró la CADHU, Comisión Argentina por los Derechos Humanos.

Al declarar, recordó que su "gran amigo" luego asesinado por la Triple A, Rodolfo Ortega Peña, le presentó a Muñiz Barreto, de quien fue "conocido".

Por eso presenció la declaración de Fernández ante la CADHU años después. "Relató que estaba en una carnicería de Escobar con Muñiz Barreto cuando aparece un hombre agresivo, violento, armado, que esgrime el arma y le pide ayuda al carnicero para ver si ellos estaban armados".

"Dijo que lo sorprendió mucho por la agresividad y violencia con que se movía y que luego supo que se llamaba Patti y era oficial de policía de la provincia de Buenos Aires", agregó.

Y luego reconstruyó el relato del ya fallecido Fernández en los mismos términos de otros testigos: relató que le dieron una inyección para calmarlo junto a Muñiz Barreto y que los llevaron hasta Entre Ríos desde Campo de Mayo para introducirlos en el mismo auto en el que circulaban el día de su secuestro y arrojarlos al río.

Fernández no se había dormido con la inyección, logró salir a través de una ventanilla rota y se escondió hasta que sus captores se fueron. Entonces volvió al auto, tocó a Muñiz Barreto que había sido sentado en el asiento de atrás y pensó que había muerto, por lo que escapó del lugar.

"Antes había contado de su detención, que no podían dormir por las ratas de la celda, me quedó grabado, que las ratas se escondían en pozos y luego salían y se venían contra ellos, que por eso mismo no podía dormir", relató.

"En la CADHU pensábamos que ninguna dictadura es eterna y que los responsables de la dictadura tendrían que rendir cuentas", explicó al Tribunal y por eso "escuchábamos testimonios, les hacían bien a las almas lastimadas que llegaban a España y humildemente los difundíamos en todas partes, para que la comunidad internacional ayudara", concluyó.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Testimonio de Eduardo L.Duhalde, secretario de DDHH.

El secretario de Derechos Humanos ratificó que Patti secuestró a un diputado asesinado por la dictadura

Eduardo Luis Duhalde afirmó hoy que al ex diputado Diego Muñiz Barreto y a su secretario Juan José Fernández los secuestró en una comisaría de Escobar el entonces oficial de calle Luis Patti.

"Fernández me dijo que Patti había entrado a la carnicería" donde ambos estaban comprando en febrero de 1977 y los había detenido allí, para luego llevarlos a la seccional de Escobar y finalmente a Campo de Mayo, donde ambos fueron torturados, dijo Duhalde en su declaración como testigo ante el Tribunal Oral FEdearl 1 de San Martín.

Fernández, secuestrado junto a Muñiz Barreto pudo salvar su vida aunque falleció luego exiliado en España.

En este último tramo del proceso, antes del inicio de los alegatos, declaran testigos referidos a lo ocurrido al ex diputado nacional del PJ, quien según la acusación fue secuestrado por Patti en febrero de 1977 en una carnicería de Escobar y llevado junto a su secretario a la secccional de ese partido del norte bonaerense.

Desde allí se lo trasladó al centro clandestino de detención que funcionaba en Campo de Mayo y finalmente murió en un simulacro de accidente de auto en un río de Entre Ríos, donde se salvó Fernández.

Junto a Patti son juzgados además por una decena de delitos de lesa humanidad el ex dictador Reynaldo Bignone, el ex general Santiago Omar Riveros y el ex comisario de Escobar Juan Fernando Meneghini.

En este tramo del juicio dedicado al secuestro y asesinato de Muñiz Barreto, se incorporó un nuevo acusado, el ex oficial del Ejército Martín Rodríguez, quien según declaró por escrito antes de morir exiliado en España el ex secretario del legislador, estuvo en ese centro clandestino de detención y fue uno de los torturadores de ambos.

Duhalde fue convocado como testigo porque se entrevistó personalmente con el sobreviviente secretario Fernández en España y escuchó su relato de lo ocurrido, en el marco del cual mencionó que Patti se los llevó a la comisaría y cómo luego el Ejército simuló el accidente para matarlos a ambos.

Además, Duhalde había sido abogado de Muñiz Barreto y según ya contó en el juicio su hija, Juana, junto a un ex socio suyo, Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A en 1974, intervinieron en una primera detención sufrida por su padre antes del golpe de Estado de 1976.

Los jueces Lucila Larrandart, Horacio Milloc y Lucia Cassain citaron también a un hermano de Fernandez y a Juan Perlinger, un amigo del ex secretario de Muñiz Barreto que lo acompañó cuando regresó a Buenos Aires tras sobrevivir al accidente en Entre Ríos y hasta que logró viajar a España con la identidad cambiada.

Este tramo del juicio está destinado a apuntalar un testimonio escrito que dejó Fernández a un escribano amigo en Buenos Aires antes de exiliarse, donde reveló los detalles del secuestro junto a Muñiz Barreto, lo padecido en Campo de Mayo y finalmente la forma en que fueron llevados a Villaguay, Entre Ríos, adormecidos con una inyeccion y arrojados al río dentro del auto de su jefe, un Fiat 128 ranchero.

Este vehículo permaneció estacionado frente a la comisaría 1era. de Escobar mientras ambos estuvieron detenidos de manera ilegal allí y antes de ser trasladados.

El juicio se realiza en el auditorio Hugo del Carril de la localidad bonaerense de José León Suárez.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Testimonia Robert Cox, ex director del Buenos Aires-Herald

Publicar podía salvar vidas

La esposa del diputado Diego Muniz Barreto se acercó al Herald para denunciar el secuestro de su esposo. Cox publicó la noticia en tapa y responsabilizó al policía bonaerense Patti. Treinta y tres años después se hace el juicio.
   
Por Alejandra Dandan

La producción de noticias durante la dictadura es uno de los ejes que empiezan a aparecer en los debates de los juicios por delitos de lesa humanidad. Por entonces, Robert Cox era director del Buenos Aires Herald, una de las pocas usinas que tenían las organizaciones de derechos humanos y los grupos de familiares para denunciar a los desaparecidos. Cox será convocado como testigo del juicio a la ESMA, pero la semana pasada estuvo en el Auditorio Municipal de San Martín donde se lleva adelante el juicio a Luis Abelardo Patti. El Herald publicó la noticia del secuestro del ex diputado Diego Muniz Barreto en tapa y con el nombre de Patti antes de que apareciera asesinado. Cuando le preguntaron cómo hacía para publicar algo cuando la única fuente que tenía eran las víctimas, Cox dio toda una cátedra política: “No había tiempo”, dijo. “Si era posible sacar rápidamente una nota teníamos que hacerlo porque en algunas ocasiones sabíamos que si lo hacíamos la gente iba a aparecer.”

El debate había empezado temprano con el relato de Juana Muniz Barreto, la hija del ex diputado que en su declaración recuperó la biografía política de su padre y logró explicar cómo fueron los avatares para reconstruir las pruebas de lo que pasó. El cuerpo de Muniz Barreto apareció en las orillas del río Paraná el 6 de marzo de 1977. Los militares lo arrojaron al agua dentro de un coche luego de haberlo inyectado con un líquido blanco turbio para adormecerlo. El caso apareció publicado en los diarios de la época como el efecto de un accidente automovilístico. Con él estaba su secretario privado Juan José Fernández que sobrevivió, y su testimonio se convirtió en uno de los primeros datos para rearmar la historia. Ambos habían sido secuestrados el 16 de febrero en Escobar y desde entonces hasta que apareció el cuerpo la familia supo a través de un mensaje de Diego que estaban en la comisaría de Escobar, que estaban secuestrados y que los había secuestrado Patti.

La mujer de Diego hizo distintas gestiones. Entre ellas, en la Nunciatura y otra en el Buenos Aires Herald que publicó la noticia en tapa y ahora es prueba en el juicio.

Cox llegó con su estilo de lord inglés a los descampados de José León Suárez donde se lleva adelante la audiencia. Cuando le preguntaron si tuvo o tiene algún vínculo con los represores que pudiesen obstaculizar la declaración, como se le pregunta a todo el mundo, Cox dijo que no: que sólo estuvo en conferencias de prensa con el general Reynaldo Benito Bignone. Además de Patti, Bignone y Omar Riveros están acusados en el juicio por sus roles de jefe del Comando de Institutos Militares con sede en Campo de Mayo y jefe de la zona IV, respectivamente. Los otros dos acusados son el ex comisario de Escobar Fernando Meneghini y el interrogador de Campo de Mayo Martín “El Toro” Rodríguez.

¿De qué manera le llegó la noticia?, preguntó una de las querellas. “Yo creo que éramos los únicos que publicamos la noticia del secuestro de Diego Muniz Barreto –dijo Cox–, porque me vino a ver su señora, y me explicó lo que pasó y entonces yo hice la nota y la pusimos en primera página, porque estábamos acostumbrados en ese entonces a que llegue gente a nosotros con estas noticias y si era posible sacar rápidamente una nota, en algunas ocasiones conseguimos que la gente apareciera.” En el diario publicaron todo lo que sabían, dijo. Incluso el nombre del oficial Patti cuando ni siquiera era un hombre popular “¿La fuente fue exclusivamente la señora de Muniz Barreto?”, preguntó nuevamente la querella ¿No hicieron otras averiguaciones? “No –dijo Cox–. Era imposible en esos momentos: lo más importante era sacar la noticia, después sí podíamos hacer las averiguaciones obviamente, estuvimos en contacto también con gente que estaba tratando de averiguar dónde estaba Muniz Barreto.”

En ese relato, las palabras de la mujer de Diego le resultaron “totalmente convincentes en todo sentido”. Cox además explicó que uno de los requisitos que tenía el diario para publicar los nombres de los desaparecidos o las noticias era pedir la presentación del hábeas corpus. Y en este caso la familia lo tenía. El encuentro con la mujer de Muniz Barreto todavía lo recordaba nítidamente. El le hizo algunas preguntas, la mujer le dio muchos detalles, tales como el número de la patente del auto en el que luego fueron arrojados al agua y por entonces estuvo detenido absurdamente en el predio de la comisaría de Escobar. Era un Fiat 128 que Diego le había comprado al cónsul de Ecuador y cuyos datos quedaron incluidos en la nota.

La noticia del secuestro se difundió además a través de la agencia de noticias Ancla, y Rodolfo Walsh incluyó el nombre de Diego en su Carta a la Junta Militar. Después de la aparición del cuerpo de Diego, el resto de los diarios sólo difundió la noticia de la muerte a raíz del falso accidente.

Por la publicación, Cox no hizo ninguna desmentida ni hubo pedidos de aclaración. Habitualmente, Cox preguntaba por ellos al ex ministro del Interior Albano Harguindeguy o a su segundo. Preguntaba, dijo, sobre gente que estaba desapareciendo: “Todo el tiempo yo iba con el mismo tema: ¿Dónde están? Preguntaba por Diego y por otras muchas personas también, durante ese tiempo yo estaba llegando a ellos con listas de personas, les decía: ¡Por favor! ¿Dónde están?”. Y dijo: “Ellos me decían: ‘Bueno, yo voy a averiguar’, pero no tuvimos respuesta sobre ninguno de estos casos, pero sí cuando insistí sobre otros tuvimos suerte porque han aparecido”.

¿Recibían presiones? “Siempre que yo estaba había presiones por el gobierno, al mismo tiempo yo estaba tratando de presionar al gobierno también porque si ellos en ese entonces querían hacer un llamado a elecciones y volver a la democracia, yo también a ellos sobre esos casos: tuvimos amenazas todo el tiempo, era normal en ese entonces.”

Y al final dijo alegrarse de que se esté haciendo justicia luego de treinta años.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Testimonio de Juana Muñiz Barreto en el juicio a Patti, Bignone y otros represores

“Sabíamos que iban a matarlo”

La hija de Diego Muniz Barreto, asesinado en 1977, recordó la trayectoria del ex diputado, relató cómo fue perseguido y lo que pasó su familia. Dijo que su padre pudo enviar mensajes desde la cárcel de Escobar y allí reveló que quien lo había secuestrado era Patti.

Por Alejandra Dandan

“El 6 de marzo de 1977, cuando mataron a mi papá, yo tenía 15 años, Diego 13 y Antonio 11”, dijo Juana Muniz Barreto al Tribunal. “Mi mamá nos reunió, nos dijo que lo habían matado, hasta ese momento estaba desaparecido. Fue un desastre para toda la familia, todo estaba conmocionado. Lo único que yo le preguntaba a mi mamá era si iba a poder seguir bailando, porque hacía la escuela de ballet, pero lo que quería decirle era si iba a poder continuar con la vida.”

Juana siguió hablándoles a los jueces del Tribunal Oral de San Martín. Sentada, con voz temblorosa. Antonio lloraba en un rincón, dijo. Diego mataba mosquitos con un cucharón contra el techo. “Estábamos los tres congelados –dijo–, pero para nosotros no fue una sorpresa: esperábamos la noticia.” Una de las juezas tenía la cara bañada en lágrimas, como Juana.

Así comenzó la tercera etapa del juicio a Luis Abelardo Patti, Fernando Meneghini, Martín “El Toro” Rodríguez, Reynaldo Bignone y Omar Riveros. Esos cinco represores acusados del asesinato del ex diputado Diego Muniz Barreto y del intento de homicidio de su secretario Juan José Fernández. Juana habló sin parar, sin dejar de respirar cortado. “Me gustaría contarles quién era mi papá –se adelantó– y por qué sabíamos que iban a matarlo.”

Muniz Barreto tenía 43 años cuando lo mataron. Era hijo de Sacarías Antonio, un coleccionista de arte, y de Jacoba Delia Bunge, muy loca en el sentido más bonito, dijo Juana: era huérfana, había sido criada en un internado inglés y era muy inglesa con sus hijos. Diego tenía cuatro hermanos: Antonio, que estaba en San Pablo; Jovita, muy relacionada por la familia Martínez de Hoz y a la que Diego aludió en uno de los mensajes que logró enviar cuando estuvo secuestrado en la cárcel de Escobar. En el mensaje ya había dicho que Patti era el que los tenía y pedía que Jovita hablara con Joe –por el ministro de la dictadura José Alfredo Martínez de Hoz– para sacarlos. El tercero de esa línea de hermanos era Diego, el más rebelde, y luego estaba Emilio, el menor.

Diego se casó con María Teresa Escalante, con la que tuvo a sus tres hijos. La familia pasó una temporada en Mar del Plata, donde Diego había nacido: “Las últimas vacaciones de mi papá, en enero del ’77, fueron en Mar del Plata. Mi papá tenía una empresa de pesca, vivimos ahí durante un tiempo y después nos mudamos a un departamento frente a la Plaza San Martín”.

Juana escuchó hablar de política en 1971. Se acordó de una noche en la que su padre, que era muy buen cocinero, invitó a sus amigos a cenar. Durante la velada, les pidió a los hijos que se presentaran en fila. Juana, que ya estaba en pijama, se presentó como Juana Muniz Barreto, rosista y peronista. Lo mismo Diego y Antonio. “Los amigos se rieron y yo no entendía qué les hacía gracia, pero la gracia era que un Muniz Barreto no podía ser rosista y peronista, pero eso estaba mostrando el giro ideológico de 180 grados que estaba haciendo mi padre: que de asesor de pesca de Onganía en la Junta Militar había pasado a la Juventud Peronista. Viniendo de una familia tan tradicional, al principio causó risa”, contó Juana, que es arquitecta pero no ejerce, colabora en moda y diseño en el diario La Nación. Y estaba ahí, ayer, hablando de su vida.

El departamento de la calle Posadas al 1200 empezó a mostrar aquellos cambios. Diego denunciaba a los grupos económicos con su nombre y su dirección. O sea –dijo Juana–, era un blanco muy identificable. A fines de 1972 cayó preso en Devoto. “Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña lo sacaron, pero él, lejos de quedarse callado, denunció el trato a los presos políticos.”

En febrero de 1973 le pusieron una bomba que no estalló. El 11 de marzo entró como diputado al Congreso. Y Juana dijo: “Estoy muy orgullosa por eso”. Renunció cuando intentaron hacerle firmar un proyecto de leyes represivas y, con él, renunciaron ocho diputados. Ortega Peña ocupó la banca. A esa altura, se sabían perseguidos. No podían hablar con extraños o abrir correspondencia. Habían puesto una puerta blindada y dos policías se instalaron enfrente con largavistas.

Cerca del golpe

La madre de Juana tenía miedo de que a sus hijos les pasara algo, pero finalmente entendió “que era nuestro papá y que a nosotros no nos podía impedir que lo siguiéramos viendo, por eso estuvimos con él casi hasta que se lo llevaron. Empezó a cambiar de look, se dejó crecer el pelo y la barba la tenía de color naranja”. Con esa pinta de hippie, dijo Juana, un día fue a buscarlos con un sombrero de paja y unas pulseras de mostacilla.

Todavía siguió un viaje juntos a Mar del Plata. Esas vacaciones de las que Juana había hablado. En esos días locos, como les dijo Juana, ella se dio cuenta muchos años después, mirando los expedientes, de que su padre intentaba conseguir un pasaporte que le denegaron porque su nombre figuraba en una lista de quienes podían pedir asilo en una embajada. “No querían que se fuera –dijo Juana–, lo querían matar.”

Diego había estado preso en Escobar durante unas horas, poco antes. Cuando lo soltaron, Juana le dijo: “Te van a matar, te tenés que ir”. Pero él le mostró las marcas de los puños y le dijo que no se iba a ir. Ella insistió: “Papá, te van a matar. Yo no podía hacer más de lo que hice: ¡estas bestias hicieron este desastre de mi familia!”.

A Diego lo secuestraron el 7 de febrero de 1977, en una carnicería de Escobar, a seis cuadras de la comisaría. Con él se llevaron a Juan José Fernández, su chofer personal y secretario privado. Iban de compras para hacer un asado. En la puerta de la comisaría quedó estacionado el Fiat 128 rural de Diego. Diego no sabía manejar o era un peligro al volante, y el auto lo manejaba Juan José. En esos días, su madre los llamó para darles la noticia. Sabían que estaba secuestrado y que estaba en Escobar y lo sabían porque Diego había mandado unas notas. En esas notas, dijo, decía que lo tenía Patti.

Alguien les avisó que lo habían visto después en Campo de Mayo, cocinando en el casino de oficiales. “Y como era un gran cocinero –dijo Juana–, yo creía que eso era posible, pero no lo estaban tratando nada bien.”

A través de Radio Colonia un día supieron de la muerte. Se dijo que había muerto desnucado en un accidente, en un arroyo del Paraná. A través del relato de Juan José Fernández se supo que no fue así. A Diego lo golpearon con un palo en Campo de Mayo, lo mantuvieron 16 días secuestrado, una noche los bañaron y los sacaron vestidos con trajes. A orillas del río Paraná, les inyectaron un líquido para adormecerlos. Los metieron en el Fiat y los lanzaron al riacho. Juan José, que era jugador de rugby, se salvó. En su escape al exilio dejó escrito su relato ante un escribano. Juan José murió en 1985, tenía 37 años. Juana contó lo que le había dicho su gente: Juanjo nunca pudo salir de ese auto.

Los primeros datos del secuestro de Muniz Barreto se publicaron en el Buenos Aires Herald, junto al nombre de Patti. El nombre también apareció en las listas de la Vicaría General de Buenos Aires. Los datos del asesinato salieron en un cable de Ancla y luego en la carta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar. “No nos enteramos por Fernández que fue Patti el que se lo llevó –dijo Juana–, sino por las notas que mandaba mi papá.”

En su rol de abogado de Patti, Alfredo Bisordi interrogó a Juana. Le preguntó quién se lo había llevado “detenido”. Juana lo corrigió: “Secuestrado”, doctor. Y dijo: “Es muy diferente, usted lo debería saber”. Al final dijo: “Quería decir que, si les resta algo de humanidad, digan lo que pasó, que nosotros tenemos una tumba, pero faltan muchas tumbas. La tumba de mi papá es el símbolo de las tumbas que faltan”.

martes, 16 de noviembre de 2010

“Lo más tremendo del Campito”

Se presentó un quinto acusado. Hasta febrero fue profesor universitario en Salta.

Martín “El Toro” Rodríguez, uno de los interrogadores del centro clandestino de Campo de Mayo, está acusado de matar al ex diputado Diego Muniz Barreto y de torturar a su secretario, Juan José Fernández.
      
Por Alejandra Dandan

Hasta febrero, Martín “El Toro” Rodríguez era docente en la provincia de Salta, donde llegó a dirigir la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad Católica local. Ayer se convirtió en el quinto acusado del juicio a Luis Abelardo Patti por crímenes cometidos durante la dictadura: era ladrón, patotero, interrogador y represor de gatillo fácil en el centro clandestino de Campo de Mayo. Llegó a Buenos Aires la semana pasada, encerrado en un camión celular en el que viajó durante dos días por tierra. “¡Pero no la pasó tan mal! –advirtió buenamente la hija de una de sus víctimas, puertas afuera del auditorio de José León Suárez, donde iba a comenzar una nueva audiencia–. ¡Por lo menos no viajó atado en un baúl ni lo tiraron al río!”

Con el ingreso del capitán retirado y experto interrogador se inició en el auditorio Hugo del Carril la tercera y última etapa del juicio oral a Patti, el ex comisario de Escobar Fernando Mene-ghini, Reynaldo Bignone y Omar Riveros. Rodríguez se sentó al lado de Meneghini, el único presente en los debates. Patti volvió a estar ausente, pese a que el Tribunal Oral Federal de San Martín encabezado por la vehemente Lucila Larrandart desestimó su pedido de ausentarse por razones de salud .

En la audiencia, se leyeron las acusaciones de la fiscalía y de las querellas en contra de Rodríguez, a quien se considera autor penalmente responsable de tormentos agravados al ex diputado Diego Muniz Barreto y a su secretario privado, Juan José Fernández. Autor de robo agravado en el caso de Fernández, de homicidio calificado por alevosía en el caso de Muniz Barreto y de tentativa de homicidio con alevosía por Fernández.

Argentino, casado, El Toro Rodríguez nació el 14 de marzo de 1946 en Posadas. Estuvo en la Escuela General Lemos y en 1977 en la División de Inteligencia dependiente del Comando de Institutos Militares con asiento en Campo de Mayo. Allí es donde –compiló la acusación de la Secretaría de Derechos Humanos de Nación– tomaba decisiones sobre las víctimas, obtenía información a través de la tortura, con funciones que incluyeron la inteligencia, contrainteligencia, tormentos y operaciones económicas.

Diego Muniz Barreto fue secuestrado el 16 de febrero de 1977, alrededor de las 18, en una carnicería de Escobar, a unas seis cuadras de la comisaría. Con él, secuestraron a su secretario, Juan José Fernández. Uno de los datos de la causa indica que el secuestro lo hizo el propio Patti. La fiscalía y cada una de las querellas reconstruyeron lo que les sucedió de ahí en adelante: a ambos los obligaron a subir al Fiat 128 de Fernández, los llevaron a la comisaría de Escobar escoltados por un Mercedes Benz bordó y el 18 de febrero los llevaron a la Unidad Regional de Tigre o a la seccional Primera de Tigre. Al cabo de dos horas, durante las cuales permanecieron en un calabozo, esposados y desvestidos, dos hombres los subieron a un Falcon y a un Fairlane con otras cinco personas. Los llevaron por la ruta 197, a la altura de Pacheco los encapucharon. Los obligaron a tirarse al piso y al cabo de unos veinte minutos entraron en Campo de Mayo. En el centro clandestino los golpearon y sometieron a simulacros de fusilamiento. Muniz Barreto fue objeto de torturas. Les dieron los números 150 y 151. A Fernández le robaron 400 dólares y 40 mil pesos ley que guardaba en las botamangas. Y el 6 de marzo los metieron en el baúl de dos autos para llevarlos a orillas del río Paraná. Al anochecer, les inyectaron un líquido de color blanco turbio para adormecerlos. Los cargaron adentro del Fiat. Arrojaron una piedra contra el parabrisas, y lanzaron el auto al río. Diego murió, Juan José sobrevivió. Era jugador de rugby, y su cuerpo aguantó los efectos de la inyección. Antes de irse al exilio, narró lo que había pasado ante un escribano, un testimonio que se recuperó hace sólo diez años.

El Tribunal leyó ayer partes de su testimonio, base de la acusación de la fiscalía. Fernández mencionó nombres del centro clandestino. Entre ellos, habló de Rodríguez. En un momento, dijo, escuchó que convocaban a una reunión en el Comando de Institutos Militares con el jefe del Estado Mayor. Y de pronto a alguien que llamaba por teléfono: “¿Me da con Inteligencia?”. Y mencionó al coronel Zambrano, “de parte de Rodríguez”. Y luego, en la comunicación escuchó cómo ese Rodríguez le pasaba datos extraídos de la tortura.

Otra de las claves de la acusación surgió desde adentro de Campo de Mayo. Es la declaración del sargento primero Víctor Ibáñez, celador del campo, que estuvo en 1976 y 1977, testigo de numerosos relatos y una de las personas que van a declarar en el juicio. Ibáñez presentó a El Toro Rodríguez como parte de la patota que aplicaba torturas, alguien a quien conoció en el Campito con ese apodo, que saqueaba las casas de los detenidos y sus pertenencias y durante las sesiones de tortura les hacía firmar documentación para hacerse de esos bienes. Preguntaba de dónde venían los detenidos, preguntaba sobre las organizaciones y sobre el dinero. Con él, ubicó además a Rafael López Fader –ligado al secuestro de Zivak– y al coronel: “Eran lo más tremendo del Campito –dijo–, eran gatillo fácil”.

Ibáñez era Chupete o Petete dentro del centro. Daba de comer a los secuestrados y los llevaba al baño. Mientras él estuvo, recuerda haber contado entre 2 mil y 2500 prisioneros. Cuando llegaban a 300 prisioneros había que “evacuarlos”, explicó. Mencionó tres o cuatro vuelos, eran vuelos fantasma –dijo– porque no había registros. Antes de sacarlos, les inyectaban a las víctimas algo que les provocaba un paro cardíaco y la muerte: los cuerpos eran arrojados al mar, explicó, y ésa era tarea de todos. Para la fiscalía, está probado que Rodríguez era uno de los interrogadores del centro clandestino. Que su tarea era importante: decidía la “disposición final de los desaparecidos”.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ordenan que se revise el estado de salud del ex comisario

El TOF Nº 1 de San Martín pidió la intervención del Cuerpo Médico Forense ante la ausencia de Luis Patti en el juicio oral que se le sigue por crímenes de lesa humanidad cometidos durante el último gobierno militar. Este lunes declaró un nuevo testigo


El Tribunal Oral Federal Nº1 de San Martín retomó este lunes el juicio oral contra el ex comisario de la Policía bonaerense Luis Abelardo Patti, por violaciones a los derechos humanos cometidas durante el último gobierno militar.

Patti no está presente en la sala de audiencias por recomendación de médicos de la Clínica Fleni, que enviaron un informe donde aseguran que los traslados en ambulancia deben ser "mínimos e indispensables".

Ante ese informe, los jueces del TOF Nº 1 -Lucila Larrandart, Horacio Segretti y Maria Lucia Cassain- ordenaron que médicos del Cuerpo Médico Forense revisen a Patti para determinar si está en condiciones de asistir al juicio oral.

En tanto, este lunes declaró como testigo ante el tribunal Jesús Bonet, quien aseguró que fue secuestrado el 27 de marzo de 1976, junto a José Goncalvez, Daniel Lagarone y Carlos Souto, y que fueron torturados en el camión celular donde se realizó el traslado.

Además afirmó: “Patti me preguntaba si sabía dónde estaba, y también quería saber si Gonçalvez era montonero, y si Souto era del ERP”.
Finalmente, Bonet recordó que José Gonçalvez le contó, mientras estaban en cautiverio, que Patti le decía que “lo iba a matar”.

En tanto, el TOF Nº 1 incorporó por lectura el testimonio de Jorge Souto y revocó la lectura de la declaración de Carmen Leguizamón, al tiempo que ordenó volver a citarla.

martes, 2 de noviembre de 2010

Una hermana de desaparecidos aseguró que Patti estuvo presente en el momento del secuestro

La hermana de dos militantes de la Juventud Peronista, secuestrados en la localidad bonaerense de Garín el 10 de agosto de 1976 y aún desaparecidos, Luis y David D´Amico, declaró ayer que el entonces oficial de calle de la Policía Bonaerense Luis Patti estuvo presente en el operativo donde se llevaron a los jóvenes de la casa de sus padres.

"Mi madre me reiteró en distintas oportunidades que Luis Patti estaba allí adentro, en un rincón, que no le hablaba y no le contestaba cuando le preguntaba adónde llevaban a mis hermanos", afirmó Rosa D´Amico, al declarar como testigo en el juicio oral al ex intendente de Escobar por delitos de lesa humanidad.

Con este testimonio se reanudó el juicio a Patti, al dictador Reynaldo Bignone, al ex general Santiago Omar Riveros y al ex comisario de Escobar Juan Fernando Meneghini ante el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín, que varió su composición porque una de las integrantes, la juez Marta Milloc, sufrió una "cardiopatía aguda" la semana pasada y pidió licencia.

La jornada abrió una nueva etapa en el juicio, que desde su inicio en septiembre estuvo dedicado a escuchar testigos sobre el secuestro y asesinato del militante montonero Gastón Gonçalvez, por cuyo crimen está puntualmente acusado Patti, a quien la semana pasada un sobreviviente acusó de haberlo torturado en persona.

Los jueces empezaron ahora a analizar un segundo caso, el del secuestro y desaparición en 1976 de jóvenes militantes de la Juventud Peronista de Garín, a quienes Patti conocía aún antes del golpe de Estado de 1976, y se cree fueron llevados a Campo de Mayo.

Dos de ellos fueron los hermanos D´Amico, de 26 y 17 años, secuestrados en su casa el 10 de agosto de 1976, sólo horas después del rapto de su vecino de 17 años y también militante de la JP Diego Souto, interceptado en la estación de Garín cuando iba a la escuela.

La reconstrucción de lo ocurrido fue muy laboriosa para fiscalía y querella, porque quienes estaban dentro de la casa el día del secuestro ya fallecieron y los vecinos que vieron todo se niegan aún a contar lo que saben.

Prueba de ello fueron los dichos de Clara Serrano, de 64 años que militaba con los D`Amico en Garín, donde lograron construir una salita médica y ayudar a la gente "muy necesitada" a buscar comida y trabajo.

"Ningún vecino quiere hablar, tenemos mucho temor, la madre de ellos tenía mucho temor y seguimos teniendo temor porque los que fueron están libres y nos pueden llevar a nosotros, nos pueden buscar. No había muchos vecinos ahí, era casi campo, pero el que vive no quiere hablar y el resto se murió", dijo al Tribunal.

Al terminar su testimonio, se abrazó llorando a la hija del mayor de los D´Amico, nacida poco después del secuestro de su padre, a quien nunca conoció.

El día del secuestro, la ahora testigo vio "unos coches grandes, con bastantes señores, con ropas oscuras, los pusieron en bolsas negras, los encapucharon", recordó.

Poco antes Rosa D`Amico había reconstruído lo ocurrido basada en dichos de sus padres fallecidos y de vecinos.

"Estaban almorzando, mis hermanos, mi padre, mi madre, una tía que estaba de visita y una anciana de origen lituano, Julia, recogida de la calle por mi hermano mayor porque se había quedado sola y vivía con ellos", relató entre lágrimas.

Los vecinos habían sido amenazados para que se encerrasen en sus casas pero muchos escucharon o llegaron a ver que sus hermanos fueron llevados al fondo de la casa, golpeados y sumergidos en un tanque de agua antes de ser sacados para introducirlos a un auto.

"Mi madre me reiteró en distintas oportunidades que Luis Patti estaba allí adentro, en un rincón, que no le hablaba, que ella le dirigió la palabra, que preguntaba adónde se lo llevaban, por qué, que él la miró y no le contestaba y después se fue para afuera", recordó sobre el ex intendente que como ya es rutina siguió el juicio desde una ambulancia fuera de la sala de audiencias.

Ante una pregunta de la fiscalía, explicó que su madre, ya fallecida al igual que el padre, "se dirigía a él porque lo conocía y él le desviaba la mirada".

Los secuestradores dijeron que llevaban a los D´Amico a Campo de Mayo, aunque la familia nunca pudo dar con ellos pese a las gestiones realizadas.

Patti "era conocido en la zona, era violento, patotero, tenía como un ensañamiento con la gente joven. A mi hermanito David Guillermo (secuestrado luego) un día le dijo en un bar frente a la estación de Garín: `si no vas a la peluquería te corto el pelo yo en la comisaría`. Se movía en Escobar y Garín, donde todos nos conocíamos".

El Tribunal también escuchó a Aurora Altamirano de D`Amico, la viuda del mayor de los secuestrados Luis Rodolfo, quien estaba embarazada de siete meses y medio cuando éste desapareció.

La hija de ambos nació poco después y en el Registro Civil por un decreto de la dictadura no permitieron a la madre inscribirla con el apellido del padre desaparecido. Ambas se abrazaron cuando concluyó el testimonio de la viuda.

El 10 de agosto de 1976, Altamirano fue interceptada cuando volvía de su trabajo por un "señor de estatura mediana y rulos" que la llevó hasta la casa donde se desarrollaba el "operativo" desde hacía una hora y supo por última vez de su marido.

"Estaban todos de civil, con ametralladoras, le dieron una patada a la puerta y entraron. No nos permitían salir afuera, a nadie, a todo el barrio. Se sentían los golpes en el fondo de la casa de ellos, nos parecía que golpeaban a los chicos y se los llevaron", narró Mafalda Gómez, una anciana que todavía hoy vive pared de por medio con la casa donde ocurrieron los secuestros en Garín.

Fue la única vecina que se animó a dar testimonio en el juicio oral y cuando concluyó bajó del estrado entre aplausos para ser abrazada por los familiares de sus ex vecinos.

Para el final de la etapa de testigos el Tribunal reserva el tercer caso llegado a juicio: el secuestro y asesinato del ex diputado peronista Diego Muñiz Barreto, quien según la acusación fue detenido por Patti en una carnicería de Escobar.

martes, 19 de octubre de 2010

Testigo habla del "trabajo" de Luis Patti

“Siempre estaba, hacía inteligencia”

Hermano de Tilo, un militante de la JP que editaba un periódico y está desaparecido, Wenner contó que siempre veía a Patti vestido de civil, en un auto particular, dedicado a marcar a la gente. Entre ellos a Gastón Gonçalves, que permanece desaparecido.
Por Alejandra Dandan

Quiero agregar algo, explicó Federico Wenner antes de terminar. “Simplemente recordar que en este predio el 9 de julio de 1956 fue masacrado un grupo de compañeros peronistas en una asonada, lo paradójico es que en ese momento yo era un chico de once años que vivía a cinco cuadras de acá, y cuando vinimos al día siguiente los charcos de sangre eran tan grandes que estaban tapados con alquitrán líquido, eso a colación de lo que siguió ocurriendo en la Argentina.”

A años de los fusilamientos del ’56, ese mismo hombre volvió ayer al terreno de los basurales ahora convertido en el anfiteatro de ese sórdido descampado de José León Suárez donde se llevan a cabo las audiencias del juicio oral contra el subcomisario Luis Patti, los condenados generales Oscar Riveros y Reynaldo Bignone y el comisario Fernando Meneghini. Federico Wenner es el hermano de Tilo Wenner, propietario de la imprenta Rayo desde donde se hacía el periódico El Actual, una publicación semanal que denunciaba las persecuciones y crímenes previos al golpe militar. Federico es de alguna manera el único sobreviviente de ese diario en el que trabajaban varios militantes de la Juventud Peronista. Su hermano Tilo apareció carbonizado y con un tiro en la cabeza en el mismo camino a orillas del río Luján donde arrojaron el cuerpo de Gastón Gonçalves, cuyo secuestro, desaparición y muerte se investiga en este juicio. Federico habló del rol de “vigilancia” de Patti sobre los militantes y de su propio secuestro: el momento en el que Meneghini reprendió a Patti advirtiéndole que “con uno solo de la familia es suficiente”.

Como sucede en las últimas semanas, sólo Meneghini se sentó en el sector destinado a los acusados. Bignone y Riveros permanecieron en una sala contigua. Y Patti encadenado a su camilla dentro de una ambulancia. Las fotos de los desaparecidos y víctimas de Campo de Mayo continuaron ocupando las primeras hileras de la sala de audiencia. El sector destinado a los seguidores del Paufe permaneció vacío como repleto de fantasmas.

“A Gastón lo conocí porque integraba la Juventud Peronista de la zona norte, con muchos compañeros y mi hermano Tilo”, indicó Federico. “Gastón tenía una columna en el periódico que se llamaba ‘Los Mates de doña Eva’, y eso era una de las partes. La otra parte era la filiación política. Gastón era una excelente persona y un gran compañero.”

A pedido de la querella, Federico Wenner y el resto de los testigos hablaron de lo que fue esa militancia de Gastón. Una identidad social pero sobre todo política que empieza a estar subrayada y a ser levantada en los juicios, no sólo por los sobrevivientes, sino por los familiares. “Tengo entendido que hacía trabajos en la Unión de Trabajadores Rurales –explicó– que estaba en la Dirección Nacional de Educación del Adulto, y hacía trabajos barriales, como correspondía en un gobierno democrático.”

“¿Sufría algún tipo de persecución?”, le preguntó entonces Ana Oberlín, en representación de las querellas. “Luego de la muerte del general Perón –dijo él–, cuando por cuestiones de público conocimiento comenzó a actuar un grupo parapolicial que se llamó Triple A” empezó a observar la violencia. En la imprenta, donde trabajaba con su hermano, indicó, “siempre estaba estacionado a media cuadra, vestido de civil, en un coche particular, el señor Patti, haciendo trabajo de inteligencia. La imprenta estaba frente a la estación de Escobar donde todo era campo, él estaba en la vereda donde no había viviendas, cada dos por tres nos lo encontrábamos y evidentemente no estaba haciendo la siesta: estaba vigilando la entrada y salida de gente que iba a la imprenta”. Gente, aclaró, que eran personas de la Juventud Peronista y vecinos que iban a dejar sus reclamos.

Federico es uno de los testigos contextuales de la causa. Su relato, como la declaración de los testigos que siguieron, permitió aportar detalles sobre el rol de Patti en Escobar, su filiación con el trabajo de inteligencia y con los servicios de informaciones que prestó a los militares de Campo de Mayo, datos que deben probarse en el juicio. “Yo iba a Escobar todos los días –continuó–, periódicamente veía a Patti, pero quisiera recalcar que como oficial de policía jamás se lo vio con uniforme, siempre de civil y transitaba por el pueblo con coche particular, nada que lo identifique como policía.”

Pese a la oposición de los abogados de Patti, Federico Wenner logró contar parte de la historia de su propio secuestro, y señalar a Patti. Eso comenzó el 23 de marzo por la noche, dijo. Esa noche vio todos los vidrios de la imprenta rotos. En la comisaría de Escobar ya estaban las tropas del Ejército. “Entro a la casa de mi hermano y me encuentro con mi cuñada, ella me dice que antes del golpe, un grupo pretendió entrar por la fuerza pero en ese momento teníamos un perro bastante bravo que le dio tiempo a mi hermano a escaparse. Mi hermano era discapacitado, le faltaba el brazo izquierdo producto de un accidente. Lo primero que hice fue intentar ir a una vidriería para que me preparen los vidrios, y cuando salgo veo en un auto particular a un cabo de la policía de Escobar, de nombre Ballesteros, que me dice: ‘¿Dónde se fue tu hermano?’. Y yo me pregunté por qué pregunta por mi hermano.”

Un rato después, un amigo les dijo que Tilo estaba en su casa y por la tarde lo vieron en el taller mecánico de otro compañero. Discutieron. Le propusieron a Tilo sacarlo de Escobar, pero no quiso: “Miren –les dijo–, yo no tengo por qué esconderme”. Y agregó: “Edito un periódico, lo único que se me puede decir es que decimos la verdad”. Y la verdad en esos días era bastante brava. Diez días antes habían secuestrado a otro compañero, y la noticia había salido publicada en el diario. “Yo me voy a entregar”, les dijo Tilo y el 25 a la mañana se presentó en la comisaría de Escobar.

En la comisaría lo recibió el capitán Eduardo Francisco Stigliano. Le dijo que no tenían nada contra él, y lo mandó de nuevo a su casa. Ese mismo 25, la imprenta preparó lo que iba a ser la última publicación del periódico. La tapa era la noticia del intento de secuestro de Tilo. El diario tenía 500 suscriptores por correo, Federico los despachó y a pedido de Tilo llevó uno a la comisaría. “¿Y esto?”, le preguntó Stigliano. “Ya los repartí”, respondió. A las cuatro de la tarde, un sargento y dos cabos entraron a la imprenta con armas largas para llevarse a Tilo. “Mi hermano salió escoltado por estos tres militares, entraron en la comisaría, yo se lo comenté a mi cuñada, pensamos que se lo habían llevado para preguntar algunas cosas, ella fue a ver qué pasaba y Stigliano le dijo que se lo habían llevado a Coordinación Federal.” Fue la última vez que lo vieron.

En los primeros meses del ’77 lo secuestraron a él. La imprenta estaba cerrada. Federico seguía yendo, pero cuando iba a tomarse el tren a la estación de Escobar daba un rodeo para no pasar por la comisaría. A comienzos de marzo, Patti lo esperó en un Peugeot 504. Intentó detenerlo, pero él se metió en la casa de su cuñada. Media hora más tarde tocaron el timbre: un sargento de policía llegaba para llevárselo. Lo subieron al mismo Peugeot, con Patti al volante. “Bajamos los tres –dijo–: el sargento, Patti y yo. En el vestíbulo de la comisaría estaba el comisario Meneghini, lo llama a Patti aparte y le dice: ‘Con uno solo en la familia ya alcanza’”.

A Federico lo tuvieron unos 25 días secuestrado. En esa comisaría, donde el ex comisario Meneghini asegura que no se torturó ni se secuestró, a él lo torturaron en un cuartito, dijo. Situó a un teniente del Ejército, “acompañado por el señor Patti que miraba tranquilamente”.

Wenner mencionó finalmente un episodio del que luego también habló Orlando Ubiedo. Sucedió entre fines de 1975 y comienzos de 1976. Esa vez, el diario había publicado una denuncia de los obreros de Ford por las malas condiciones de la comida. Pocos días después llegaron cuatro autos. “Bajó un grupo de personas que eran de Smata a reclamar porque se publicó la noticia y pudimos comprobar que la concesión del comedor de Ford era de un integrante de Smata: nos robaron, nos intimidaron, lo cachetearon en cierta forma a mi hermano y la policía que estaba a veinte metros no hizo nada.” Según Ubiedo, entre esos hombres estaba disfrazado el propio Patti.

domingo, 17 de octubre de 2010

Siguen declarando testigos en juicio oral contra Patti y Bignone

El TOF Nº1 de San Martín reanuda este lunes, 18 de octubre , las audiencias en el debate que juzga al ex comisario y al ex vicepresidente de facto por delitos contra los derechos humanos. Se investigan crímenes en perjuicio de 10 víctimas

Así, los jueces continuarán escuchando las declaraciones de los testigos en el debate que juzga a Patti y a Santiago Omar Riveros, (comandante del Comando de Institutos Militares durante los años 1976/77), Benito Reynaldo Bignone (jefe del Estado Mayor-segundo comandante de dicho Cuerpo durante el año 1977) y Juan Fernando Meneghini (quien en el período 1976/1977 se desempeñó como comisario de la Comisaría 1ra de la localidad de Escobar).

En el juicio intervienen como partes querellantes la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires, la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, la querella unificada en cabeza de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, Manuel Goncalves y Gastón Goncalves -(en el caso 226 -patrocinados por la Dra. Oberlín, y Juana Muñiz Barreto -caso 246- y María Isabel D'Amico, ambas con el patrocinio de Pablo Llonto.

Los hechos

El objeto del juicio ha quedado conformado por una porción de los hechos que habrían tenido lugar en la Zona de Defensa IV bajo jurisdicción del Comando de Institutos Militares Campo de Mayo en los años 1976 y 1977, de acuerdo a la siguiente plataforma fáctica:

CASO 226: Privación ilegal de la libertad de Gastón Roberto José Gonçalves, ocurrida el día 24 de marzo  de 1976, en la ciudad de Zarate, Provincia de Buenos Aires. Habría sido visto el día 29 de marzo en un camión celular que se encontraba estacionado en la parte trasera de la Comisaría 1era de Escobar. Pocos días después, más específicamente el día 2 de abril de 1976, su cuerpo  fue encontrado sin vida en el Camino Río Luján de la localidad de Escobar, carbonizado. Imputados respecto de este caso Santiago Omar Riveros, Juan F. Meneghini y Luis A. Patti.

CASO 246: Privación ilegal de la libertad de Diego Muñiz Barreto y Juan José Fernández; habría ocurrido aproximadamente a las 18:00 horas del día 16 de febrero de 1977 en la localidad de Escobar, Provincia de Buenos Aires. Habrían sido trasladados por personal policial a la Comisaría de Escobar, y permanecido en dicha condición hasta las 17:30 horas del día 18 de febrero, cuando habrían sido derivados a otra dependencia policial -podría tratarse de la Unidad Regional o Comisaría 1era de la localidad de Tigre de la Policía de la Provincia de Buenos Aires-. Días después el cuerpo de Muñiz Barreto habría sido encontrado sin vida en el interior de un automóvil marca Fiat modelo 128 en aguas del Río Paraná, en la Provincia de Entre Ríos.  Fernández habría logrado escapar de su cautiverio. Por este hecho fueron acusados Santiago O. Riveros, Reynaldo Bignone, Juan F. Meneghini y Luis A. Patti.

CASO 290: 1) Privación ilegal de la libertad de Carlos Daniel Souto, ocurrida presumiblemente el día 10 de agosto de 1976 por un operativo conjunto del Ejército y la Policía en la Estación de Trenes Garín, Partido de Escobar. 2) Privaciones ilegales de la libertad de Guillermo David y Luis Rodolfo D´Amico, acaecidas el 10 de agosto de 1976, quienes habrían sido sustraídos de su casa de la calle Sulling 2089, en la localidad de Garín. 3) Privación Ilegal de la libertad de Osvaldo Tomás Ariosti, que habría ocurrido durante la madrugada del día 3 de abril de 1976 en su domicilio ubicado en la localidad de Garín. Finalmente habría sido trasladado a la Cárcel de Devoto y luego a la Unidad 9 de La Plata, para ser finalmente liberado el 28 de octubre de 1978. Por estos hechos resultan imputados Santiago O. Riveros y Luis Patti.

jueves, 14 de octubre de 2010

Un reclamo de justicia, una búsqueda y un encuentro

Declararon los hijos y el hermano de GASTON GONÇALVES en el juicio contra Luis Patti, Bignone y otros dos represores.
Los primeros testigos del juicio contaron el secuestro de Gastón, las denuncias, el hallazgo de sus restos y el encuentro de Manuel, que recuperó su identidad en 1995.
     
 Por Alejandra Dandan

“A fines del año ’95 supe que mi papá era Gastón Gonçalves, soy uno de los nietos recuperados”, se presentó Manuel Gonçalves ante el tribunal. “Supe que el 24 de marzo de 1976, sabiéndose perseguida, mi mamá dejó de tener contacto con su familia, estaba embarazada y pasó a la clandestinidad; después de varios meses, tuvo el parto, sé que no estaba en las mejores condiciones, con lo cual no sé donde nací.” A partir de 1995, Manuel reconstruyó esa historia que ayer intentó explicar a los miembros del Tribunal Oral Federal de San Martín, en la primera audiencia de testigos del juicio contra Luis Abelardo Patti y otros tres represores. Después hablaron su hermano Gastón y otros familiares. También se escucharon dos testigos clave: ex compañeros de militancia que narraron su encuentro con Gastón Gonçalves mientras todos permanecían secuestrados en las pequeñas celdas de un camión celular estacionado en el predio de la comisaría de Escobar.

El anfiteatro municipal del descampado de José León Suárez recibió a los familiares de las víctimas e impulsores de las investigaciones sobre los crímenes de Campo de Mayo. Las miembros de organismos de derechos humanos, partidos políticos y organizaciones sociales se acomodaron en las sillas, cubriendo el auditorio por donde H.I.J.O.S. comenzó a distribuir copias en blanco y negro de una foto mil veces repetida con la cara de Gastón. Su presencia quedó así esparcida en toda la sala. Adelante sólo se sentó el ex comisario Fernando Meneghini. Reynaldo Bignone, Santiago Omar Riveros y el propio Patti, los otros tres acusados del juicio, permanecieron en una sala contigua porque se negaron a ingresar.

La presidenta Lucila Larrandart abrió el debate a las diez de la mañana. Manuel comenzó a ordenar los pedazos de esa historia que empezó a entramar en el ’95. Contó la muerte de su madre. Manuel ya había nacido. El 19 de noviembre de 1976, dijo, estaban refugiados en una casa de San Nicolás con un matrimonio que huía de Capital Federal con dos niños. En la madrugada, un operativo de unas 40 personas, integrado por las fuerzas de seguridad conjuntas, rodeó la casa y la destruyeron. Dijo: “El único sobreviviente de ese episodio fui yo”.

Permaneció aislado en un hospital durante cuatro meses, seguramente trasladado por el responsable del operativo. El juez a cargo de su caso no hizo nada para devolverlo a su familia. “Perdí mi identidad”, y creció sabiendo sólo que era hijo adoptivo. En 1995 conoció a su abuela y a su hermano Gastón. “Y empecé a encontrarme con toda esta historia, parte de ella es la que se va a contar en esta causa.”

En ese camino necesitó acercarse a los lugares por los que habían pasado sus padres. Volvió a la casa de San Nicolás, a los lugares de militancia en Garín, Maschwitz y Escobar. Al año siguiente, el testimonio de una empleada del cementerio de Escobar permitió localizar tumbas de NN con cuatro personas, entre las que estaba su padre. “Nos ofrecieron ver los restos, pero yo intentaba recuperar la historia y me resultaba raro encontrarme con los huesos, a los que finalmente vi involuntariamente hojeando las páginas de Crónica.”

“Lo que más me acuerdo –dijo– es de una frase que el juez le dijo a mi abuela: ‘Señora, ahora usted va a poder hacer su duelo’. Poco a poco entendí que eso era fundamental.” Tras la exhumación, la madre de Gastón quiso cremar sus restos. Manuel intentó convencerla de no hacerlo. Pero ella tenía miedo de que alguien los levantara y volvieran a ser tirados en algún lugar. “Mi abuela me había buscado a mí, a mi papá, a mi mamá, había motorizado todo, con lo cual no podía pedirle mucho más.” Manuel la acompañó porque la imaginó sola. Cuando llegó, ella estaba con una bolsa en la mano. Le pidió ayuda y él la llevó a los bosques de Palermo. “Ahora finalmente son libres”, le dijo Matilde cuando todo terminó.

La noticia de su restitución reactivó los primeros tramos de la investigación que empezó para saber qué había pasado con sus padres. Conoció a Eva Orifici y a Raúl Marciano, dos compañeros de militancia de Gastón, que declararon poco más tarde y que estuvieron secuestrados con su padre. “Ellos son los primeros que nos dicen que mi papá estuvo en la comisaría de Escobar”, dijo.

Empezó a descubrir a Patti. “Para mí era muy llamativo –dijo–. Patti era una figura pública porque era intendente; era la persona que había ido a esclarecer el caso María Soledad mandado por el presidente de entonces en base a sus poco felices antecedentes. Para mí ése era Patti, no tenía idea de cuál era la relación con los desaparecidos, con mi papá, pero empecé a escuchar que había sido oficial de calle, su nombre aparecía como una referencia directa a él, era joven en ese momento como ellos, era ‘el loco Patti’ y sabían que con él iban tener problemas.” Lo misma confirmación obtuvo su abuela Matilde en una marcha. La mujer de otro de los secuestrados se acercó a decirle que a Gastón y a su marido se los había llevado Patti.

Su abogada, Ana Oberlin, guió las primeras preguntas. Manuel explicó que el 24 de marzo, luego de la detención de Gastón, fueron a la casa, ataron a la abuela, la encapucharon y se la llevaron a un lugar que otro testigo identificó como la comisaría 21ª de Capital Federal. “Mi abuela tenía la fantasía de que en realidad mi papá estaba ahí y, por lo tanto, hacían eso para que él la escuchase.” Cuando salió, se dio cuenta de que estaba a unas cuadras de la casa, de donde le habían sacado todo, hasta las gaseosas. “Encontró el departamento destruido, y se fue a la misma comisaría para decirles: ‘Ustedes me robaron todo’. Pero no le tomaron la denuncia.”

Su hermano Gastón, integrante del grupo Los Pericos, se sentó poco después en esa misma silla. También él contó esa historia dividida con datos que habían quedado en otro lugar. Hijo de la primera esposa de Gastón, con la que había militado, vivía para la época del golpe en una casa de Belgrano. Gastón situó a su padre como trabajador del Banco Nación, echado luego de un reclamo por una guardería. Y la persona que se había dedicado a hacer trabajo de base en Garín entre la Juventud Peronista. Veía a su padre dos veces a la semana. El resto del tiempo estaba en el territorio. “Era su lugar –dijo–. Hacía trabajo de alfabetización, caminos, escuelas, guarderías, un lugar al que yo iba, un lugar de mucha alegría.”

Al poco tiempo, dijo, “dejé de ir; mi papá tenía problemas con la policía. El día del golpe no lo vi. El llegó tarde a casa, escucharon el golpe con mi madre, y él se dirigió temprano a su zona de militancia”.

Al día siguiente los llamó su abuela. Su abuelo fue a la comisaría. La abuela presentó un hábeas corpus. A los seis meses, Emilio Grasselli, de la vicaría castrense, les dijo que no lo busquen más, que había muerto.

Madre e hijo se exiliaron en Brasil, sin contactos ni dinero. Estuvieron unos meses hasta que los expulsaron porque no tenían permiso de trabajo. Se instalaron en Villa Gesell. “Mi madre cargó sobre las espaldas la viudez, a su hijo, sola; yo supe de mi hermano veinte años después –dijo–-. Pensé que no era factible encontrarlo.” También mencionó la recuperación del cuerpo de su padre. “No fue fácil –dijo–, no hubo predisposición de la intendencia: irónicamente era Pa-tti el intendente. Sabemos que del libro de ingresos faltaban las hojas del 2 de abril de 1976”, el día que apareció el cuerpo carbonizado de Gonçalves. Los restos de “mi padre no tenían forma de esqueleto, eran como pedacitos de madera balsa con partes esponjosas; uno espera de alguna manera ver a su padre y ve algo que no es; a mí, como víctima, me produce una cosa extraña”, explicó. “Este genocida se presentaba para decir abiertamente que había realizado una serie de homicidios y apremios ilegales, la gente lo votó y yo espero que la Justicia repare.”

Antes de terminar le pidió a Larrandart permiso para leer algo. Era una poesía escrita por su padre. Que era militante, dijo, pero también era poeta. Y luego afirmó: “Esto era mi padre, al que extraño todos los días”.

Siguió el testimonio de Jorge Gonçalves, que describió la desa-parición de su hermano y las búsquedas. Su hermano había estado detenido varias veces, explicó: una en la Regional de San Martín y otra en la comisaría de Escobar, a fines de 1975. “Fui a preguntar por mi hermano –contó– y me dijeron que no estaba.” Pidió por el oficial. “Ya le van a dar la libertad a su hermano”, le respondió. Entonces le preguntó a esa persona por qué siempre detenían a Gastón, lo tenían dos o tres días y lo largaban. “Lo que pasa con su hermano –le respondió ese oficial– es que es un avivagiles.” Jorge aseguró que con el tiempo se dio cuenta de que esa persona era Patti.