lunes, 29 de noviembre de 2010

Testimonio de Eduardo L.Duhalde, secretario de DDHH.

El secretario de Derechos Humanos ratificó que Patti secuestró a un diputado asesinado por la dictadura

Eduardo Luis Duhalde afirmó hoy que al ex diputado Diego Muñiz Barreto y a su secretario Juan José Fernández los secuestró en una comisaría de Escobar el entonces oficial de calle Luis Patti.

"Fernández me dijo que Patti había entrado a la carnicería" donde ambos estaban comprando en febrero de 1977 y los había detenido allí, para luego llevarlos a la seccional de Escobar y finalmente a Campo de Mayo, donde ambos fueron torturados, dijo Duhalde en su declaración como testigo ante el Tribunal Oral FEdearl 1 de San Martín.

Fernández, secuestrado junto a Muñiz Barreto pudo salvar su vida aunque falleció luego exiliado en España.

En este último tramo del proceso, antes del inicio de los alegatos, declaran testigos referidos a lo ocurrido al ex diputado nacional del PJ, quien según la acusación fue secuestrado por Patti en febrero de 1977 en una carnicería de Escobar y llevado junto a su secretario a la secccional de ese partido del norte bonaerense.

Desde allí se lo trasladó al centro clandestino de detención que funcionaba en Campo de Mayo y finalmente murió en un simulacro de accidente de auto en un río de Entre Ríos, donde se salvó Fernández.

Junto a Patti son juzgados además por una decena de delitos de lesa humanidad el ex dictador Reynaldo Bignone, el ex general Santiago Omar Riveros y el ex comisario de Escobar Juan Fernando Meneghini.

En este tramo del juicio dedicado al secuestro y asesinato de Muñiz Barreto, se incorporó un nuevo acusado, el ex oficial del Ejército Martín Rodríguez, quien según declaró por escrito antes de morir exiliado en España el ex secretario del legislador, estuvo en ese centro clandestino de detención y fue uno de los torturadores de ambos.

Duhalde fue convocado como testigo porque se entrevistó personalmente con el sobreviviente secretario Fernández en España y escuchó su relato de lo ocurrido, en el marco del cual mencionó que Patti se los llevó a la comisaría y cómo luego el Ejército simuló el accidente para matarlos a ambos.

Además, Duhalde había sido abogado de Muñiz Barreto y según ya contó en el juicio su hija, Juana, junto a un ex socio suyo, Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A en 1974, intervinieron en una primera detención sufrida por su padre antes del golpe de Estado de 1976.

Los jueces Lucila Larrandart, Horacio Milloc y Lucia Cassain citaron también a un hermano de Fernandez y a Juan Perlinger, un amigo del ex secretario de Muñiz Barreto que lo acompañó cuando regresó a Buenos Aires tras sobrevivir al accidente en Entre Ríos y hasta que logró viajar a España con la identidad cambiada.

Este tramo del juicio está destinado a apuntalar un testimonio escrito que dejó Fernández a un escribano amigo en Buenos Aires antes de exiliarse, donde reveló los detalles del secuestro junto a Muñiz Barreto, lo padecido en Campo de Mayo y finalmente la forma en que fueron llevados a Villaguay, Entre Ríos, adormecidos con una inyeccion y arrojados al río dentro del auto de su jefe, un Fiat 128 ranchero.

Este vehículo permaneció estacionado frente a la comisaría 1era. de Escobar mientras ambos estuvieron detenidos de manera ilegal allí y antes de ser trasladados.

El juicio se realiza en el auditorio Hugo del Carril de la localidad bonaerense de José León Suárez.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Testimonia Robert Cox, ex director del Buenos Aires-Herald

Publicar podía salvar vidas

La esposa del diputado Diego Muniz Barreto se acercó al Herald para denunciar el secuestro de su esposo. Cox publicó la noticia en tapa y responsabilizó al policía bonaerense Patti. Treinta y tres años después se hace el juicio.
   
Por Alejandra Dandan

La producción de noticias durante la dictadura es uno de los ejes que empiezan a aparecer en los debates de los juicios por delitos de lesa humanidad. Por entonces, Robert Cox era director del Buenos Aires Herald, una de las pocas usinas que tenían las organizaciones de derechos humanos y los grupos de familiares para denunciar a los desaparecidos. Cox será convocado como testigo del juicio a la ESMA, pero la semana pasada estuvo en el Auditorio Municipal de San Martín donde se lleva adelante el juicio a Luis Abelardo Patti. El Herald publicó la noticia del secuestro del ex diputado Diego Muniz Barreto en tapa y con el nombre de Patti antes de que apareciera asesinado. Cuando le preguntaron cómo hacía para publicar algo cuando la única fuente que tenía eran las víctimas, Cox dio toda una cátedra política: “No había tiempo”, dijo. “Si era posible sacar rápidamente una nota teníamos que hacerlo porque en algunas ocasiones sabíamos que si lo hacíamos la gente iba a aparecer.”

El debate había empezado temprano con el relato de Juana Muniz Barreto, la hija del ex diputado que en su declaración recuperó la biografía política de su padre y logró explicar cómo fueron los avatares para reconstruir las pruebas de lo que pasó. El cuerpo de Muniz Barreto apareció en las orillas del río Paraná el 6 de marzo de 1977. Los militares lo arrojaron al agua dentro de un coche luego de haberlo inyectado con un líquido blanco turbio para adormecerlo. El caso apareció publicado en los diarios de la época como el efecto de un accidente automovilístico. Con él estaba su secretario privado Juan José Fernández que sobrevivió, y su testimonio se convirtió en uno de los primeros datos para rearmar la historia. Ambos habían sido secuestrados el 16 de febrero en Escobar y desde entonces hasta que apareció el cuerpo la familia supo a través de un mensaje de Diego que estaban en la comisaría de Escobar, que estaban secuestrados y que los había secuestrado Patti.

La mujer de Diego hizo distintas gestiones. Entre ellas, en la Nunciatura y otra en el Buenos Aires Herald que publicó la noticia en tapa y ahora es prueba en el juicio.

Cox llegó con su estilo de lord inglés a los descampados de José León Suárez donde se lleva adelante la audiencia. Cuando le preguntaron si tuvo o tiene algún vínculo con los represores que pudiesen obstaculizar la declaración, como se le pregunta a todo el mundo, Cox dijo que no: que sólo estuvo en conferencias de prensa con el general Reynaldo Benito Bignone. Además de Patti, Bignone y Omar Riveros están acusados en el juicio por sus roles de jefe del Comando de Institutos Militares con sede en Campo de Mayo y jefe de la zona IV, respectivamente. Los otros dos acusados son el ex comisario de Escobar Fernando Meneghini y el interrogador de Campo de Mayo Martín “El Toro” Rodríguez.

¿De qué manera le llegó la noticia?, preguntó una de las querellas. “Yo creo que éramos los únicos que publicamos la noticia del secuestro de Diego Muniz Barreto –dijo Cox–, porque me vino a ver su señora, y me explicó lo que pasó y entonces yo hice la nota y la pusimos en primera página, porque estábamos acostumbrados en ese entonces a que llegue gente a nosotros con estas noticias y si era posible sacar rápidamente una nota, en algunas ocasiones conseguimos que la gente apareciera.” En el diario publicaron todo lo que sabían, dijo. Incluso el nombre del oficial Patti cuando ni siquiera era un hombre popular “¿La fuente fue exclusivamente la señora de Muniz Barreto?”, preguntó nuevamente la querella ¿No hicieron otras averiguaciones? “No –dijo Cox–. Era imposible en esos momentos: lo más importante era sacar la noticia, después sí podíamos hacer las averiguaciones obviamente, estuvimos en contacto también con gente que estaba tratando de averiguar dónde estaba Muniz Barreto.”

En ese relato, las palabras de la mujer de Diego le resultaron “totalmente convincentes en todo sentido”. Cox además explicó que uno de los requisitos que tenía el diario para publicar los nombres de los desaparecidos o las noticias era pedir la presentación del hábeas corpus. Y en este caso la familia lo tenía. El encuentro con la mujer de Muniz Barreto todavía lo recordaba nítidamente. El le hizo algunas preguntas, la mujer le dio muchos detalles, tales como el número de la patente del auto en el que luego fueron arrojados al agua y por entonces estuvo detenido absurdamente en el predio de la comisaría de Escobar. Era un Fiat 128 que Diego le había comprado al cónsul de Ecuador y cuyos datos quedaron incluidos en la nota.

La noticia del secuestro se difundió además a través de la agencia de noticias Ancla, y Rodolfo Walsh incluyó el nombre de Diego en su Carta a la Junta Militar. Después de la aparición del cuerpo de Diego, el resto de los diarios sólo difundió la noticia de la muerte a raíz del falso accidente.

Por la publicación, Cox no hizo ninguna desmentida ni hubo pedidos de aclaración. Habitualmente, Cox preguntaba por ellos al ex ministro del Interior Albano Harguindeguy o a su segundo. Preguntaba, dijo, sobre gente que estaba desapareciendo: “Todo el tiempo yo iba con el mismo tema: ¿Dónde están? Preguntaba por Diego y por otras muchas personas también, durante ese tiempo yo estaba llegando a ellos con listas de personas, les decía: ¡Por favor! ¿Dónde están?”. Y dijo: “Ellos me decían: ‘Bueno, yo voy a averiguar’, pero no tuvimos respuesta sobre ninguno de estos casos, pero sí cuando insistí sobre otros tuvimos suerte porque han aparecido”.

¿Recibían presiones? “Siempre que yo estaba había presiones por el gobierno, al mismo tiempo yo estaba tratando de presionar al gobierno también porque si ellos en ese entonces querían hacer un llamado a elecciones y volver a la democracia, yo también a ellos sobre esos casos: tuvimos amenazas todo el tiempo, era normal en ese entonces.”

Y al final dijo alegrarse de que se esté haciendo justicia luego de treinta años.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Testimonio de Juana Muñiz Barreto en el juicio a Patti, Bignone y otros represores

“Sabíamos que iban a matarlo”

La hija de Diego Muniz Barreto, asesinado en 1977, recordó la trayectoria del ex diputado, relató cómo fue perseguido y lo que pasó su familia. Dijo que su padre pudo enviar mensajes desde la cárcel de Escobar y allí reveló que quien lo había secuestrado era Patti.

Por Alejandra Dandan

“El 6 de marzo de 1977, cuando mataron a mi papá, yo tenía 15 años, Diego 13 y Antonio 11”, dijo Juana Muniz Barreto al Tribunal. “Mi mamá nos reunió, nos dijo que lo habían matado, hasta ese momento estaba desaparecido. Fue un desastre para toda la familia, todo estaba conmocionado. Lo único que yo le preguntaba a mi mamá era si iba a poder seguir bailando, porque hacía la escuela de ballet, pero lo que quería decirle era si iba a poder continuar con la vida.”

Juana siguió hablándoles a los jueces del Tribunal Oral de San Martín. Sentada, con voz temblorosa. Antonio lloraba en un rincón, dijo. Diego mataba mosquitos con un cucharón contra el techo. “Estábamos los tres congelados –dijo–, pero para nosotros no fue una sorpresa: esperábamos la noticia.” Una de las juezas tenía la cara bañada en lágrimas, como Juana.

Así comenzó la tercera etapa del juicio a Luis Abelardo Patti, Fernando Meneghini, Martín “El Toro” Rodríguez, Reynaldo Bignone y Omar Riveros. Esos cinco represores acusados del asesinato del ex diputado Diego Muniz Barreto y del intento de homicidio de su secretario Juan José Fernández. Juana habló sin parar, sin dejar de respirar cortado. “Me gustaría contarles quién era mi papá –se adelantó– y por qué sabíamos que iban a matarlo.”

Muniz Barreto tenía 43 años cuando lo mataron. Era hijo de Sacarías Antonio, un coleccionista de arte, y de Jacoba Delia Bunge, muy loca en el sentido más bonito, dijo Juana: era huérfana, había sido criada en un internado inglés y era muy inglesa con sus hijos. Diego tenía cuatro hermanos: Antonio, que estaba en San Pablo; Jovita, muy relacionada por la familia Martínez de Hoz y a la que Diego aludió en uno de los mensajes que logró enviar cuando estuvo secuestrado en la cárcel de Escobar. En el mensaje ya había dicho que Patti era el que los tenía y pedía que Jovita hablara con Joe –por el ministro de la dictadura José Alfredo Martínez de Hoz– para sacarlos. El tercero de esa línea de hermanos era Diego, el más rebelde, y luego estaba Emilio, el menor.

Diego se casó con María Teresa Escalante, con la que tuvo a sus tres hijos. La familia pasó una temporada en Mar del Plata, donde Diego había nacido: “Las últimas vacaciones de mi papá, en enero del ’77, fueron en Mar del Plata. Mi papá tenía una empresa de pesca, vivimos ahí durante un tiempo y después nos mudamos a un departamento frente a la Plaza San Martín”.

Juana escuchó hablar de política en 1971. Se acordó de una noche en la que su padre, que era muy buen cocinero, invitó a sus amigos a cenar. Durante la velada, les pidió a los hijos que se presentaran en fila. Juana, que ya estaba en pijama, se presentó como Juana Muniz Barreto, rosista y peronista. Lo mismo Diego y Antonio. “Los amigos se rieron y yo no entendía qué les hacía gracia, pero la gracia era que un Muniz Barreto no podía ser rosista y peronista, pero eso estaba mostrando el giro ideológico de 180 grados que estaba haciendo mi padre: que de asesor de pesca de Onganía en la Junta Militar había pasado a la Juventud Peronista. Viniendo de una familia tan tradicional, al principio causó risa”, contó Juana, que es arquitecta pero no ejerce, colabora en moda y diseño en el diario La Nación. Y estaba ahí, ayer, hablando de su vida.

El departamento de la calle Posadas al 1200 empezó a mostrar aquellos cambios. Diego denunciaba a los grupos económicos con su nombre y su dirección. O sea –dijo Juana–, era un blanco muy identificable. A fines de 1972 cayó preso en Devoto. “Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña lo sacaron, pero él, lejos de quedarse callado, denunció el trato a los presos políticos.”

En febrero de 1973 le pusieron una bomba que no estalló. El 11 de marzo entró como diputado al Congreso. Y Juana dijo: “Estoy muy orgullosa por eso”. Renunció cuando intentaron hacerle firmar un proyecto de leyes represivas y, con él, renunciaron ocho diputados. Ortega Peña ocupó la banca. A esa altura, se sabían perseguidos. No podían hablar con extraños o abrir correspondencia. Habían puesto una puerta blindada y dos policías se instalaron enfrente con largavistas.

Cerca del golpe

La madre de Juana tenía miedo de que a sus hijos les pasara algo, pero finalmente entendió “que era nuestro papá y que a nosotros no nos podía impedir que lo siguiéramos viendo, por eso estuvimos con él casi hasta que se lo llevaron. Empezó a cambiar de look, se dejó crecer el pelo y la barba la tenía de color naranja”. Con esa pinta de hippie, dijo Juana, un día fue a buscarlos con un sombrero de paja y unas pulseras de mostacilla.

Todavía siguió un viaje juntos a Mar del Plata. Esas vacaciones de las que Juana había hablado. En esos días locos, como les dijo Juana, ella se dio cuenta muchos años después, mirando los expedientes, de que su padre intentaba conseguir un pasaporte que le denegaron porque su nombre figuraba en una lista de quienes podían pedir asilo en una embajada. “No querían que se fuera –dijo Juana–, lo querían matar.”

Diego había estado preso en Escobar durante unas horas, poco antes. Cuando lo soltaron, Juana le dijo: “Te van a matar, te tenés que ir”. Pero él le mostró las marcas de los puños y le dijo que no se iba a ir. Ella insistió: “Papá, te van a matar. Yo no podía hacer más de lo que hice: ¡estas bestias hicieron este desastre de mi familia!”.

A Diego lo secuestraron el 7 de febrero de 1977, en una carnicería de Escobar, a seis cuadras de la comisaría. Con él se llevaron a Juan José Fernández, su chofer personal y secretario privado. Iban de compras para hacer un asado. En la puerta de la comisaría quedó estacionado el Fiat 128 rural de Diego. Diego no sabía manejar o era un peligro al volante, y el auto lo manejaba Juan José. En esos días, su madre los llamó para darles la noticia. Sabían que estaba secuestrado y que estaba en Escobar y lo sabían porque Diego había mandado unas notas. En esas notas, dijo, decía que lo tenía Patti.

Alguien les avisó que lo habían visto después en Campo de Mayo, cocinando en el casino de oficiales. “Y como era un gran cocinero –dijo Juana–, yo creía que eso era posible, pero no lo estaban tratando nada bien.”

A través de Radio Colonia un día supieron de la muerte. Se dijo que había muerto desnucado en un accidente, en un arroyo del Paraná. A través del relato de Juan José Fernández se supo que no fue así. A Diego lo golpearon con un palo en Campo de Mayo, lo mantuvieron 16 días secuestrado, una noche los bañaron y los sacaron vestidos con trajes. A orillas del río Paraná, les inyectaron un líquido para adormecerlos. Los metieron en el Fiat y los lanzaron al riacho. Juan José, que era jugador de rugby, se salvó. En su escape al exilio dejó escrito su relato ante un escribano. Juan José murió en 1985, tenía 37 años. Juana contó lo que le había dicho su gente: Juanjo nunca pudo salir de ese auto.

Los primeros datos del secuestro de Muniz Barreto se publicaron en el Buenos Aires Herald, junto al nombre de Patti. El nombre también apareció en las listas de la Vicaría General de Buenos Aires. Los datos del asesinato salieron en un cable de Ancla y luego en la carta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar. “No nos enteramos por Fernández que fue Patti el que se lo llevó –dijo Juana–, sino por las notas que mandaba mi papá.”

En su rol de abogado de Patti, Alfredo Bisordi interrogó a Juana. Le preguntó quién se lo había llevado “detenido”. Juana lo corrigió: “Secuestrado”, doctor. Y dijo: “Es muy diferente, usted lo debería saber”. Al final dijo: “Quería decir que, si les resta algo de humanidad, digan lo que pasó, que nosotros tenemos una tumba, pero faltan muchas tumbas. La tumba de mi papá es el símbolo de las tumbas que faltan”.

martes, 16 de noviembre de 2010

“Lo más tremendo del Campito”

Se presentó un quinto acusado. Hasta febrero fue profesor universitario en Salta.

Martín “El Toro” Rodríguez, uno de los interrogadores del centro clandestino de Campo de Mayo, está acusado de matar al ex diputado Diego Muniz Barreto y de torturar a su secretario, Juan José Fernández.
      
Por Alejandra Dandan

Hasta febrero, Martín “El Toro” Rodríguez era docente en la provincia de Salta, donde llegó a dirigir la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad Católica local. Ayer se convirtió en el quinto acusado del juicio a Luis Abelardo Patti por crímenes cometidos durante la dictadura: era ladrón, patotero, interrogador y represor de gatillo fácil en el centro clandestino de Campo de Mayo. Llegó a Buenos Aires la semana pasada, encerrado en un camión celular en el que viajó durante dos días por tierra. “¡Pero no la pasó tan mal! –advirtió buenamente la hija de una de sus víctimas, puertas afuera del auditorio de José León Suárez, donde iba a comenzar una nueva audiencia–. ¡Por lo menos no viajó atado en un baúl ni lo tiraron al río!”

Con el ingreso del capitán retirado y experto interrogador se inició en el auditorio Hugo del Carril la tercera y última etapa del juicio oral a Patti, el ex comisario de Escobar Fernando Mene-ghini, Reynaldo Bignone y Omar Riveros. Rodríguez se sentó al lado de Meneghini, el único presente en los debates. Patti volvió a estar ausente, pese a que el Tribunal Oral Federal de San Martín encabezado por la vehemente Lucila Larrandart desestimó su pedido de ausentarse por razones de salud .

En la audiencia, se leyeron las acusaciones de la fiscalía y de las querellas en contra de Rodríguez, a quien se considera autor penalmente responsable de tormentos agravados al ex diputado Diego Muniz Barreto y a su secretario privado, Juan José Fernández. Autor de robo agravado en el caso de Fernández, de homicidio calificado por alevosía en el caso de Muniz Barreto y de tentativa de homicidio con alevosía por Fernández.

Argentino, casado, El Toro Rodríguez nació el 14 de marzo de 1946 en Posadas. Estuvo en la Escuela General Lemos y en 1977 en la División de Inteligencia dependiente del Comando de Institutos Militares con asiento en Campo de Mayo. Allí es donde –compiló la acusación de la Secretaría de Derechos Humanos de Nación– tomaba decisiones sobre las víctimas, obtenía información a través de la tortura, con funciones que incluyeron la inteligencia, contrainteligencia, tormentos y operaciones económicas.

Diego Muniz Barreto fue secuestrado el 16 de febrero de 1977, alrededor de las 18, en una carnicería de Escobar, a unas seis cuadras de la comisaría. Con él, secuestraron a su secretario, Juan José Fernández. Uno de los datos de la causa indica que el secuestro lo hizo el propio Patti. La fiscalía y cada una de las querellas reconstruyeron lo que les sucedió de ahí en adelante: a ambos los obligaron a subir al Fiat 128 de Fernández, los llevaron a la comisaría de Escobar escoltados por un Mercedes Benz bordó y el 18 de febrero los llevaron a la Unidad Regional de Tigre o a la seccional Primera de Tigre. Al cabo de dos horas, durante las cuales permanecieron en un calabozo, esposados y desvestidos, dos hombres los subieron a un Falcon y a un Fairlane con otras cinco personas. Los llevaron por la ruta 197, a la altura de Pacheco los encapucharon. Los obligaron a tirarse al piso y al cabo de unos veinte minutos entraron en Campo de Mayo. En el centro clandestino los golpearon y sometieron a simulacros de fusilamiento. Muniz Barreto fue objeto de torturas. Les dieron los números 150 y 151. A Fernández le robaron 400 dólares y 40 mil pesos ley que guardaba en las botamangas. Y el 6 de marzo los metieron en el baúl de dos autos para llevarlos a orillas del río Paraná. Al anochecer, les inyectaron un líquido de color blanco turbio para adormecerlos. Los cargaron adentro del Fiat. Arrojaron una piedra contra el parabrisas, y lanzaron el auto al río. Diego murió, Juan José sobrevivió. Era jugador de rugby, y su cuerpo aguantó los efectos de la inyección. Antes de irse al exilio, narró lo que había pasado ante un escribano, un testimonio que se recuperó hace sólo diez años.

El Tribunal leyó ayer partes de su testimonio, base de la acusación de la fiscalía. Fernández mencionó nombres del centro clandestino. Entre ellos, habló de Rodríguez. En un momento, dijo, escuchó que convocaban a una reunión en el Comando de Institutos Militares con el jefe del Estado Mayor. Y de pronto a alguien que llamaba por teléfono: “¿Me da con Inteligencia?”. Y mencionó al coronel Zambrano, “de parte de Rodríguez”. Y luego, en la comunicación escuchó cómo ese Rodríguez le pasaba datos extraídos de la tortura.

Otra de las claves de la acusación surgió desde adentro de Campo de Mayo. Es la declaración del sargento primero Víctor Ibáñez, celador del campo, que estuvo en 1976 y 1977, testigo de numerosos relatos y una de las personas que van a declarar en el juicio. Ibáñez presentó a El Toro Rodríguez como parte de la patota que aplicaba torturas, alguien a quien conoció en el Campito con ese apodo, que saqueaba las casas de los detenidos y sus pertenencias y durante las sesiones de tortura les hacía firmar documentación para hacerse de esos bienes. Preguntaba de dónde venían los detenidos, preguntaba sobre las organizaciones y sobre el dinero. Con él, ubicó además a Rafael López Fader –ligado al secuestro de Zivak– y al coronel: “Eran lo más tremendo del Campito –dijo–, eran gatillo fácil”.

Ibáñez era Chupete o Petete dentro del centro. Daba de comer a los secuestrados y los llevaba al baño. Mientras él estuvo, recuerda haber contado entre 2 mil y 2500 prisioneros. Cuando llegaban a 300 prisioneros había que “evacuarlos”, explicó. Mencionó tres o cuatro vuelos, eran vuelos fantasma –dijo– porque no había registros. Antes de sacarlos, les inyectaban a las víctimas algo que les provocaba un paro cardíaco y la muerte: los cuerpos eran arrojados al mar, explicó, y ésa era tarea de todos. Para la fiscalía, está probado que Rodríguez era uno de los interrogadores del centro clandestino. Que su tarea era importante: decidía la “disposición final de los desaparecidos”.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ordenan que se revise el estado de salud del ex comisario

El TOF Nº 1 de San Martín pidió la intervención del Cuerpo Médico Forense ante la ausencia de Luis Patti en el juicio oral que se le sigue por crímenes de lesa humanidad cometidos durante el último gobierno militar. Este lunes declaró un nuevo testigo


El Tribunal Oral Federal Nº1 de San Martín retomó este lunes el juicio oral contra el ex comisario de la Policía bonaerense Luis Abelardo Patti, por violaciones a los derechos humanos cometidas durante el último gobierno militar.

Patti no está presente en la sala de audiencias por recomendación de médicos de la Clínica Fleni, que enviaron un informe donde aseguran que los traslados en ambulancia deben ser "mínimos e indispensables".

Ante ese informe, los jueces del TOF Nº 1 -Lucila Larrandart, Horacio Segretti y Maria Lucia Cassain- ordenaron que médicos del Cuerpo Médico Forense revisen a Patti para determinar si está en condiciones de asistir al juicio oral.

En tanto, este lunes declaró como testigo ante el tribunal Jesús Bonet, quien aseguró que fue secuestrado el 27 de marzo de 1976, junto a José Goncalvez, Daniel Lagarone y Carlos Souto, y que fueron torturados en el camión celular donde se realizó el traslado.

Además afirmó: “Patti me preguntaba si sabía dónde estaba, y también quería saber si Gonçalvez era montonero, y si Souto era del ERP”.
Finalmente, Bonet recordó que José Gonçalvez le contó, mientras estaban en cautiverio, que Patti le decía que “lo iba a matar”.

En tanto, el TOF Nº 1 incorporó por lectura el testimonio de Jorge Souto y revocó la lectura de la declaración de Carmen Leguizamón, al tiempo que ordenó volver a citarla.

martes, 2 de noviembre de 2010

Una hermana de desaparecidos aseguró que Patti estuvo presente en el momento del secuestro

La hermana de dos militantes de la Juventud Peronista, secuestrados en la localidad bonaerense de Garín el 10 de agosto de 1976 y aún desaparecidos, Luis y David D´Amico, declaró ayer que el entonces oficial de calle de la Policía Bonaerense Luis Patti estuvo presente en el operativo donde se llevaron a los jóvenes de la casa de sus padres.

"Mi madre me reiteró en distintas oportunidades que Luis Patti estaba allí adentro, en un rincón, que no le hablaba y no le contestaba cuando le preguntaba adónde llevaban a mis hermanos", afirmó Rosa D´Amico, al declarar como testigo en el juicio oral al ex intendente de Escobar por delitos de lesa humanidad.

Con este testimonio se reanudó el juicio a Patti, al dictador Reynaldo Bignone, al ex general Santiago Omar Riveros y al ex comisario de Escobar Juan Fernando Meneghini ante el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín, que varió su composición porque una de las integrantes, la juez Marta Milloc, sufrió una "cardiopatía aguda" la semana pasada y pidió licencia.

La jornada abrió una nueva etapa en el juicio, que desde su inicio en septiembre estuvo dedicado a escuchar testigos sobre el secuestro y asesinato del militante montonero Gastón Gonçalvez, por cuyo crimen está puntualmente acusado Patti, a quien la semana pasada un sobreviviente acusó de haberlo torturado en persona.

Los jueces empezaron ahora a analizar un segundo caso, el del secuestro y desaparición en 1976 de jóvenes militantes de la Juventud Peronista de Garín, a quienes Patti conocía aún antes del golpe de Estado de 1976, y se cree fueron llevados a Campo de Mayo.

Dos de ellos fueron los hermanos D´Amico, de 26 y 17 años, secuestrados en su casa el 10 de agosto de 1976, sólo horas después del rapto de su vecino de 17 años y también militante de la JP Diego Souto, interceptado en la estación de Garín cuando iba a la escuela.

La reconstrucción de lo ocurrido fue muy laboriosa para fiscalía y querella, porque quienes estaban dentro de la casa el día del secuestro ya fallecieron y los vecinos que vieron todo se niegan aún a contar lo que saben.

Prueba de ello fueron los dichos de Clara Serrano, de 64 años que militaba con los D`Amico en Garín, donde lograron construir una salita médica y ayudar a la gente "muy necesitada" a buscar comida y trabajo.

"Ningún vecino quiere hablar, tenemos mucho temor, la madre de ellos tenía mucho temor y seguimos teniendo temor porque los que fueron están libres y nos pueden llevar a nosotros, nos pueden buscar. No había muchos vecinos ahí, era casi campo, pero el que vive no quiere hablar y el resto se murió", dijo al Tribunal.

Al terminar su testimonio, se abrazó llorando a la hija del mayor de los D´Amico, nacida poco después del secuestro de su padre, a quien nunca conoció.

El día del secuestro, la ahora testigo vio "unos coches grandes, con bastantes señores, con ropas oscuras, los pusieron en bolsas negras, los encapucharon", recordó.

Poco antes Rosa D`Amico había reconstruído lo ocurrido basada en dichos de sus padres fallecidos y de vecinos.

"Estaban almorzando, mis hermanos, mi padre, mi madre, una tía que estaba de visita y una anciana de origen lituano, Julia, recogida de la calle por mi hermano mayor porque se había quedado sola y vivía con ellos", relató entre lágrimas.

Los vecinos habían sido amenazados para que se encerrasen en sus casas pero muchos escucharon o llegaron a ver que sus hermanos fueron llevados al fondo de la casa, golpeados y sumergidos en un tanque de agua antes de ser sacados para introducirlos a un auto.

"Mi madre me reiteró en distintas oportunidades que Luis Patti estaba allí adentro, en un rincón, que no le hablaba, que ella le dirigió la palabra, que preguntaba adónde se lo llevaban, por qué, que él la miró y no le contestaba y después se fue para afuera", recordó sobre el ex intendente que como ya es rutina siguió el juicio desde una ambulancia fuera de la sala de audiencias.

Ante una pregunta de la fiscalía, explicó que su madre, ya fallecida al igual que el padre, "se dirigía a él porque lo conocía y él le desviaba la mirada".

Los secuestradores dijeron que llevaban a los D´Amico a Campo de Mayo, aunque la familia nunca pudo dar con ellos pese a las gestiones realizadas.

Patti "era conocido en la zona, era violento, patotero, tenía como un ensañamiento con la gente joven. A mi hermanito David Guillermo (secuestrado luego) un día le dijo en un bar frente a la estación de Garín: `si no vas a la peluquería te corto el pelo yo en la comisaría`. Se movía en Escobar y Garín, donde todos nos conocíamos".

El Tribunal también escuchó a Aurora Altamirano de D`Amico, la viuda del mayor de los secuestrados Luis Rodolfo, quien estaba embarazada de siete meses y medio cuando éste desapareció.

La hija de ambos nació poco después y en el Registro Civil por un decreto de la dictadura no permitieron a la madre inscribirla con el apellido del padre desaparecido. Ambas se abrazaron cuando concluyó el testimonio de la viuda.

El 10 de agosto de 1976, Altamirano fue interceptada cuando volvía de su trabajo por un "señor de estatura mediana y rulos" que la llevó hasta la casa donde se desarrollaba el "operativo" desde hacía una hora y supo por última vez de su marido.

"Estaban todos de civil, con ametralladoras, le dieron una patada a la puerta y entraron. No nos permitían salir afuera, a nadie, a todo el barrio. Se sentían los golpes en el fondo de la casa de ellos, nos parecía que golpeaban a los chicos y se los llevaron", narró Mafalda Gómez, una anciana que todavía hoy vive pared de por medio con la casa donde ocurrieron los secuestros en Garín.

Fue la única vecina que se animó a dar testimonio en el juicio oral y cuando concluyó bajó del estrado entre aplausos para ser abrazada por los familiares de sus ex vecinos.

Para el final de la etapa de testigos el Tribunal reserva el tercer caso llegado a juicio: el secuestro y asesinato del ex diputado peronista Diego Muñiz Barreto, quien según la acusación fue detenido por Patti en una carnicería de Escobar.